Como casi todas las aves, la garza real pone pies en polvorosa -o alas en la nube, para ser exactos- en cuanto te acercas a la distancia que ella considera prudencial. Sin embargo ésta, distraída en el acertijo que suponían las aguas del Bernesga, me dejó contemplarla durante largo tiempo desde el pretil del puente de piedra que comunica con San Marcos. Luego, cuando ya fue consciente de que unos cuantos transeúntes paraban su deambular para verla en sus negocios se alejó volando, medrosa, a hacerse invisible entre los matorrales de la orilla.
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