Somos un pequeño territorio en destrucción.
Mansas praderas que arden con la perseverancia
de los papeles viejos
y los contratos inacabados.
Árboles de la fe y de los alientos que se tronzan
como un designio.
Los ríos sanguíneos de nuestro cuerpo ceden
y nacen las edades sin nosotros.
Desde arriba nos mira el milano real,
tan indolente como seguro de su presa.
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