Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

sábado, 4 de abril de 2020

Esto no es un diario XXI


Empiezo a vislumbrar que en los encierros una de las cuestiones más complicadas de superar es la uniformidad de los días. Vale que haya que establecer rutinas que permitan sobrellevar el paso de las horas, como dicen algunos expertos, pero esa rutina, ese experimentar siempre lo mismo hasta la saciedad, se convierte sin remedio en una trampa. Acabas estando pendiente del cielo y de las nubes que pasan, aunque solamente sea por aquello de advertir que algo se mueve.

Y el caso es que se mueven muchas cosas: Se mueven las cifras, unas bien y otras mal. Se mueven inquietas las ovejas (a falta de esquiladores). Se mueven los dueños de los árboles frutales. Se mueven los fascistas en las redes (ojalá que algún día ellas mismas los atrapen) Se mueven infundios e indignidades. Se mueven y se remueven algunos vecinos con alma de policías en los balcones. 
Se mueven los afectos, los deseos y lo sueños. Y las sombras que se alargan en la tarde, ésas también se mueven.

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