Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

viernes, 10 de abril de 2020

Esto no es un diario XXVII


De un tiempo a esta parte Mayo, el perro que me saca de paseo, anda un poco medroso. Entiendo que algo tendrá que ver que ya está viejo y que sus fuerzas no son como las de antaño. Supongo que esa decadencia le tiene algo desmoralizado. Los 250 metros de ida y los 250 metros de vuelta de nuestro confinamiento los camina casi siempre detrás de mí, como protegiéndose. Se detiene cada poco y vuelve la cabeza desconfiando. Luego me mira interrogante con sus ojos de agua y óxido. 
Me imagino que en su comportamiento puede haber algo más. No sé. Los silencios y las ausencias, esa niebla que se ha alzado.
A veces le pregunto. Y tú, de qué tienes miedo si no eres grupo de riesgo y además tienes donde guardarte con debidas garantías. Y él, ya ven, se demora en contestar, mientras observa de nuevo alrededor y alza las orejas, como si hubiera un misterioso susurro de pasos en la maleza. Se demora en contestar, pero al fin contesta: "No tengo miedo ni al dolor ni a la muerte. Tengo miedo a la casualidad".  

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