Desde antes de ayer Mayo no me dice nada y yo tampoco hablo conmigo.
De cuando en cuando, por curiosidad, por nostalgia y por matar las horas, me acerco a la ventana para ver si se ha posado algún pájaro en el cable al otro lado. En ocasiones, un pardal y yo nos miramos.
Los dos compartimos una ventana a la que asomarnos. Mi afuera es su adentro y viceversa.
Lo normal es que al verme se asuste y salga volando, pero a veces confía. Se queda quieto y me observa.
Entonces yo, con voz muy suave para que no se espante le recito unos versos de Alberto Caeiro. O lo que es lo mismo, de Pessoa:
Hay solo una ventana cerrada, y todo el mundo afuera;
y un sueño de lo que se podría ver si la ventana se abriese,
que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana.
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