A uno le gustaría proclamar en estos días la pequeña república de la campana de cristal, aun sabiendo que cualquier forma de gobierno pasa por el tamiz humano de lo erróneo.
Qué le vamos a hacer, tengo querencia. Primero nos quitamos de encima todas las coronas, confinamos el absurdo egoísmo de los poderosos y luego ya vamos organizándonos.
Tal vez así haya manera de evitar que la pobreza sea una enfermedad.
Mientras tanto, y por si acaso es menester: ¡Viva la República!
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