Si en algo nos vamos a hacer expertos en estos días será en mascarillas varias y en aditamentos faciales protectores de todo tipo.
Ayer me tocó compra semanal e hice cola a la puerta del establecimiento más cercano a la espera de su apertura. Y juro que lo hice. En los diez minutos de plantón me fijé en todas las mascarillas. Las había muy cuquis y otras de alto diseño. Las había tipo 600 y también modelo Maserati. Quirúrgicas y de las que utiliza el chapista que me arregla el coche. Artesanales y manufacturadas. Modernas y vintage. De las que te hacen atractivo y de las que te quedan como el culo. De todo. De verdad.
Claro que cuando volví a casa, escuché un rato las noticias y me enteré de que unas mascarillas que antes, en los tiempos libres y felices, costaban como mucho uno o dos euritos de vellón han pasado a valer nueve o diez, y eso con suerte, porque hablaban de precios más escandalosos.
Perdonénme el chiste fácil, pero con la pandemia se ve que algunas palabras han alcanzado su verdadera dimensión. Ahora son mas carillas.
Y hablando de dimensiones, sería bueno que no se nos olvidara, entre tanto alboroto, que en tiempos de dificultad la oferta y la demanda del puñetero capitalismo crea señuelos y juega con nuestras vidas.
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