Hablar de Mayo en Diciembre ya es un rasgo contradictorio, pero Mayo siempre tiene la costumbre de meterse en contradicciones y otros problemas consigo mismo y con el mundo. A veces estaría interesado en atravesarlo, el mundo digo, no sé si persiguiendo topos o por el simple placer de dar la taina en Nueva Zelanda para luego volver a casa tan campante.
Y es que Mayo tiene alma aventurera. Y un poco provocadora. Corre tras los gatos, ladra como quien jura en arameo y se mea en la propiedad privada y en todos los ajenos territorios (que, desde luego, inmediatamente pasan a ser suyos).
Hace un par de años se tragó una pelota de goma que se atascó en sus tripas y tuvo entonces la oportunidad de conocer la desolación de los quirófanos. Desde ese momento se le quedó enganchada a los ojos una cierta mirada rara y pensativa.
Ayer mismo se le encajó durante horas un hueso de costilla en el paladar, entre las muelas de cada lado de la boca, hasta que nos dimos cuenta de su penar. Extraer aquel problema, tenaz como el cemento, tuvo su complicación.
Y sin embargo, Mayo, luego nos perseguía, como sombra negra, en busca de lo que era suyo y que nunca, nunca, debimos haberle arrebatado.