Hay
razones que tú sabes para el frío.
Cien
razones que desvelan en tu rostro
los
ojos opacos de la muerte.
Pero
callas y sigues caminando,
con
fidelidad infatigable,
alrededor
de la noria del instinto.
Son tus
manos pájaros de cólera dormida
y en
tus hombros se adivina
todo el
peso de las nubes.
Una
línea recta puede ser,
en el
techo de tu miedo, un laberinto.
Mariano Calvo Haya