Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

jueves, 28 de septiembre de 2017

Los tejados te miran

Pues nada. Que por fin estoy escaneando antiguas diapositivas y me he encontrado con ésta que me trae grandes recuerdos.
Supongo que hay más lugares así, pero Sighisoara era un lugar tan mágico en 1999 que hasta los tejados te miraban. Y no es broma, como se puede comprobar. 

lunes, 25 de septiembre de 2017

La gente del bosque


                                                                                   Para Yolanda en su cumpleaños.

El perro camina nervioso entre los árboles. Tan pronto alza la cabeza y ventea como pega la nariz al suelo y la entierra entre hojas caídas y bellotas. De vez en cuando le llamo y lo tranquilizo, pero es labor inútil. Sigue sus instintos y se acuerda, sin duda, de sus lobos antepasados. Pero a mi me gusta que esté atento y que corra y que disfrute, aunque a veces sea necesario detener su loca carrera tras los espíritus del bosque.
Nos adentramos entre los pinos y los robles y en algún momento parece que escuchamos un leve roce fantasmal a lo lejos. Pero no hay cuidado. Los espectros y los duendes raras veces se dejan ver.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Los grandes cementerios bajo la luna



Lejos ya de Normandia y de las playas del Desembarco, con sus restos arqueológicos, el turismo en oleadas, las exaltaciones patrióticas, el fervor pacifista cuando la guerra es en casa de los otros, no dejo de pensar en el libro de Georges Bernanos. Cierto es que la guerra a la que apuntaba el escritor francés era otra (la nuestra), y sin embargo era la misma. O tal vez el antecedente, o quizá la consecuencia de la anterior. Qué más da, si todas las guerras son la misma guerra y en su singularidad conllevan el mismo horror.
Pienso en el libro de Bernanos mientras miro las cruces blancas y las estrellas de David en el cementerio norteamericano, mientras veo el gentío que se reparte entre las tumbas con su flor en la mano, recién entregada por el correspondiente guía turístico al bajar del autobús.
Pienso en el libro de Bernanos mientras camino por el cementerio, bastante menos visitado, de soldados alemanes (21.000 soldados alemanes) en el pueblo de La Cambe. Voy leyendo sus nombres, en aquellos casos en los que no aparece únicamente la triste señal del anonimato, "Ein Deutscher Soldat", y voy de escalofrío en escalofrío cuando compruebo que muchos de ellos no tenían más de diecisiete años cuando dejaron este mundo muertos de miedo, o así me los imagino.  Y pienso en la indecencia que supone morir con diecisiete años. Y sobre todo en la indecencia que es enviarlos a la muerte sin apenas haber vivido.
Y también pienso en todos aquellos jóvenes que forman parte de mi vida. Y mi deseo es que puedan mirar a la luna todas las noches de sus largas vidas. Y que, mientras tanto, hayan conocido el amor.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Mirar la lluvia

Llegados a La Sennetiere, mirando la lluvia sobre el estanque.


domingo, 10 de septiembre de 2017

Lecturas de domingo

Atravesar la mar océana,
surcar los desiertos en busca del castillo de Alamut, 
cruzar el mundo, 
arribar a Normandía, 
encontrarte en un poema
y leer la mañana.
Y luego,
salir al día
para ensillar nuestras monturas.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

El derecho a la pereza

Contra el productivismo y la competición, defendamos la vida lenta y el derecho a la pereza.
Y que viva Paul Lafargue.

martes, 5 de septiembre de 2017

Librería 77

     Roma. Italia.                                                                    En pleno Campo de' Fiori

lunes, 4 de septiembre de 2017

La que no tiene nombre

Cuando ya de madrugada llegaron al pie del refugio, nadie en la entrada respondió a la contraseña. La repitieron, pero la voz se vaciaba en torno, en un eco solemne.
El mayor de los gemelos, el más grande y macizo, se ofreció a subir.
-Puede que esté dormido. O habrá bajado al pueblo.
-Es raro; por lo que dicen, se mueve poco.
-Al pueblo sí bajará, seguro.
-Pero no a estas horas.
Al fin se decidieron. A medida que rodeaban la peña, apartando las urces y los cardos, aparecía la boca oscura, desierta como siempre, sin rastro de huellas ni destellos opaco de latas o residuos. Nada contaba su presencia allí, ni siquiera el olor del humo, ni una rama quebrada en las matas de arándanos aún brillantes por las últimas lluvias.
A poco, tras rebasar el bosquecillo de madroños, repitieron de nuevo la señal, aquel grito partido, cortado, parecido al del mirlo, mas ni siquiera el eco les dio la bienvenida.
-Está bien -dijo a los demás- cubridme -dejándose deslizar entró en la cueva despacio esperando hallar al menos ese olor, mezcla de cuero viejo y ropa sin lavar que, por encima del tomillo, saltaba por lo común de las tinieblas.
Luego volvía a la luz, haciendo seña a los otros que a poco se le unían. Se abrían paso en la oscuridad, siempre atentos, luchando por acostumbrar los ojos a los rayos que en ocasiones rompían los muros.
-¿No andará al otro lado?
-¿Qué otro lado?
-En Asturias. Puede que le subieran el aviso.
-Tendrá miedo a los guardias.
-¿Cómo van a avisarle tan pronto? Son las tres.
-En menos de una hora lo saben abajo. Las mujeres ponen ropa a secar y él lo ve desde aquí con los prismáticos.
-¿Quién dice eso?
-Todo el mundo lo sabe. Eso y lo de la amiga. En cuanto ve la señal, escapa por un mes o una semana. Luego vuelve otra vez, cuando pasa la tormenta.
Las mantas revueltas, como abandonadas, venían a confirmar una ausencia repentina, una huida imprevista: el subfusil aún engrasado y las cajas de municiones intactas. Decidieron esperar la vuelta del huesped o la llegada de los guardias. Desde allí se dominaba el paso a Asturias, y el camino hacia el pueblo que arrancaba de la venta.


La que no tiene nombre.
Jesús Fernández Santos.
Ediciones Orbis S.A. 

viernes, 1 de septiembre de 2017

Los delirios de Enver Hoxha








Durante las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado en Albania se construyeron casi 200.000 bunkers que ocuparon todos los espacios imaginables del país, tanto en las ciudades como en las zonas rurales. Su propósito era proteger a la población de un hipotético ataque.
Albania era entonces un país completamente aislado. No tenía relaciones con ningún otro estado, ya fuera de la órbita comunista o, por supuesto, de los países de economía capitalista.
El gasto para sus pobres recursos fue completamente desmesurado y nunca llegaron a utilizarse. Hoy en día son una muestra palpable del delirio y la tontuna.