Un poema de circunstancias y un romance que no es romance, deudor de algunos cantautores y de la buena gente de un país siempre en riesgo de letargo, preparado para la Asociación Desmemoriados en la presentación de su Anuario 2021 (03-06-2022)
Éramos
el toro en el ruedo de los picadores,
éramos
la pulga en el país de los enanos,
éramos
los versos que se bregan con las manos,
éramos
los muertos en tierra de enterradores.
Contábamos
por décadas el tiempo de derrota,
la
testuz contra el dique con dolor y con aguante,
llamábamos
resistencia al silencio resultante.
Éramos,
golpeando contra el muro, la pelota.
La
vida era un libro triste y gris escrito en prosa
y
los triunfos, poesía en peligro de extinción.
Ellos
eran los mercaderes, nosotros la
canción,
la
costra amarga, el verso libre y del jardín las rosas.
Ellos,
los grilletes, la guadaña y la pistola,
la
carne podre colgando del confesionario,
los
turbios y vengativos guardianes del osario.
Un
credo, una raza, una patria sombría y sola.
Para
ellos era la nación, para ellos la bandera,
para
nosotros las sábanas de la madrugada,
el
ronzal de los sometidos, la voz ahogada
de
aquellos que aman como patria a la Tierra entera.
Nos
dolía la España que se levanta temprano,
penábamos
con el país de Allende y Víctor Jara.
Sobre
los adoquines de Lisboa, cara a cara,
fuimos
claveles en los fusiles lusitanos.
Fuimos
los mineros de La Huelgona haciendo historia,
fuimos
en la Calle Atocha un fúnebre atardecer,
fuimos
nada más y nada menos lo que hay que hacer,
fuimos
también el dolor por los muertos de Vitoria.
Y
en las manifestaciones fuimos los estudiantes
que
volaban inocentes como golondrinas
cuando
disparaban al aire los policías.
Ruines
son los que apuntan y ruines sus gobernantes.
Decidme
qué fue de los anhelos de Yolanda,
adónde
la truncada palabra de Javier Verdejo.
El
retorno de los tres de Almería quedó lejos
y
no pueden volver atrás porque la muerte manda.
Y
tras palmar el dictador, adivina adivinanza,
adivinen
ustedes la letra del contrato,
todo
camisa vieja, no pasen un mal rato,
trocó
en demócrata hasta donde la vista alcanza.
Fieles
procuradores del tercio familiar,
rancios
jefes provinciales del movimiento,
falangistas
de toda condición y sentimiento,
caballeros
mutilados, tres obispos, un seglar
y
de la OJE un doncel aspirante a “la madera”.
Todos
se afiliaron a partido o coalición,
todos
abrazaron la nueva fe y triunfó la sucesión.
Y
hubo aquí monarquía cantando por peteneras.
Que
no lo digo yo, que nos lo entonaban en la oreja
los
profes de formación del espíritu nacional,
que
por esos avatares de la cosa material
cambiaron
su fervor de la pechuga a la molleja.
Y
llegaron del exilio, con la frente marchita,
aquellos
que nunca pudieron olvidar su tierra
como
quienes con ello una deuda de amor cierran,
como
novios tardíos, pero fieles a la cita.
Salieron
de la cárcel más de mil y un obreros,
y
abandonaron la oscuridad los clandestinos
y
aunque no vio la luz el nombre de los asesinos
al menos brotaron los topos de los agujeros.
Parecía que se extendían los horizontes,
que las velas de un futuro nuevo desplegaban,
parecía aquello la “movida” que avanzaba
sin saber que no todo es orégano en el monte.
Y algunos se creyeron listos, guapos y modernos,
sostenían que era viejo el cantautor y su
guitarra
y poco a poco iban subiéndose a la parra
mientras los demás bajaban raudos a otro
infierno:
A la reconversión, al paro y a la pobreza,
a
contar las “pelas” para llegar a fin de mes.
Y
si a eso, compañeros, no le llamamos estrés,
que
venga Europa o que venga Dios y lo vea.
Y
para más disparate un día llegó un gil
con
bigote, pistola y tricornio de opereta
que
quiso darnos un “españazo” en toda la jeta.
Y
decían que aquel engendro era un guardia civil.
Desde
entonces, y en la pelea, aquí seguimos.
Más
canas, más abuelos, más memoria a las espaldas,
con
más riesgo de volver cada día a las andadas
y
de seguir diciendo al viento lo que decimos.
Y
decimos que no todo fue como destella
ni
como lo contaba la Prego en la pantalla.
Y
si en algo nos hemos pasado de la raya,
aquí,
para ustedes, la crónica se firma y se sella.
Que
ya termina la historia por el momento,
pero
no se crean que lo relatado es incierto:
Pues
la Transición no fue un paso, que serán ciento,
aunque
dejemos para más tarde el final de este cuento.
Desmemoriados