Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 26 de agosto de 2015

En la cumbre

   URNWA

Cincuenta refugiados muertos por asfixia en la bodega de un barco negrero. El resto es recibido en la frontera de Macedonia con gases lacrimógenos, con el objeto de que se disperse la turba a los cuatro vientos. Los que toman el camino hacia la frontera serbia nuevamente son dispersados con gases lacrimógenos. Los que quedan se encuentran con un muro en la frontera de Hungría. Los que fueron hacia Inglaterra son frenados en Francia para que no se adentren en el túnel que cruza el Canal de la Mancha.
Los que eligen otros caminos acaban remansados en diversos campos de concentración en Italia, en Grecia y en España. Muchos alemanes se niegan a soportar más invasiones.
Y mientras tanto, muertos y muertos y muertos.
Las autoridades comunitarias deciden, obligadas por las circunstancias,  reunirse en una cumbre para tratar una nueva (¿nueva?) crisis humanitaria. Los insignes dignatarios, en tan alta cima, no acaban asfixiados pero perecen por congelación.

Combatientes






En realidad nuestra intención era ver un par de flamencos que, contra todo pronóstico, pasan unos días en Vuelta Ostrera. Pero nos quedamos, entre la hierba, a la vera de la charca, observando el tranquilo deambular de unos cuantos combatientes, que también son rarezas en el lugar.
Y mientras tanto, pese al mucho tiempo transcurrido desde la última vez que salimos a observar aves, hablamos de Japón, de los armenios, de Siria y de los hielos noruegos.
El año que viene no, pero Irán está al caer, si no lo joden antes.

sábado, 22 de agosto de 2015

Parábola de Babel y del Jazz

Les hablaré de Babel.
De la trabazón de las lenguas
cuando el vecino habla en nube
y su mujer lo hace en jaguar,
de la algarabía de los pájaros
que empiezan a hablar 
en claro de luna o en lengua de rufián.
Son una cantera inagotable
para los viejos lingüistas
las tierras baldías de Babel.
En los vecindarios de la Torre
instalan grandes reflectores 
y un sol de terracota
modula el esperanto del calor.
Un hombre llamado Louis,
traído a estas tierras
desde las noches del Cotton Club,
toca la trompeta que compró
en la amurallada ciudad de Jericó
e inicia un jazz que despierta
al arcángel san Gabriel.
Cuando sopla su instrumento,
una flor de cobre que aprieta sus labios,
se abren fisuras
al gran rascacielos de Babel
y todos, absolutamente todos,
los que murmuran en nube o en jaguar,
la parvada de pájaros
que habla en claro de luna o en rufián,
se saludan en la lengua deseada.
Roguemos, mortales,
que el trompetista no deje de tocar.


Juan Manuel Roca
Pasaporte del apátrida
Colección La Cruz del Sur
Pre-textos.

viernes, 21 de agosto de 2015

La piedra lunar

En general, las gentes de abolengo encuentran ante sí una roca molesta..., la roca de la pereza. Pasándose la vida, como se la pasan, curioseando en torno con el propósito de hallar alguna cosa en que emplear sus energías, extraño es comprobar cómo, sobre todo cuando sus inclinaciones son de la índole de esas que se han dado en llamar intelectuales, entréganse frecuentemente, a ciegas y al azar, a alguna miserable ocupación. De cada diez personas en tal situación nueve se dedican a atormentar a un semejante o a estropear algo, creyendo todo el tiempo, firmemente, que están enriqueciendo su mente, cuando lo cierto es que no han hecho más que traer el desorden a casa. He visto a algunas (damas también, lamento tener que decirlo) salir todos los días, por ejemplo, con una caja de píldoras vacía con el fin de cazar lagartijas acuáticas, escarabajos, arañas y ranas y regresar luego a sus casas, para atravesar con alfileres a esos pobres seres indefensos o cortarlos sin el menor remordimiento en pequeños trozos. Así es como tiene uno ocasión de sorprender a su joven amo o ama escrutando, a través de un vidrio de aumento, las partes interiores de una araña o de ver como una rana decapitada desciende la escalera, y, si inquiere uno el motivo de tan sórdida y cruel ocupación, se les responde que la misma denota en el joven o la muchacha su vocación por la historia natural. También suele vérseles entregados durante horas y más horas a la tarea de estropear alguna hermosa flor con instrumentos cortantes, impelidos por el estúpido afán de curiosear y saber de qué partes se compone una flor. ¿Tornaráse más bello su color o más dulce su fragancia cuando logremos saberlo? Pero, ¡vaya!, los pobres diablos tienen que emplear, como ustedes comprenderán, de alguna manera su tiempo..., hacer algo con él. De niños, acostumbramos a chapotear en el fango más horrible con el objeto de fabricar pasteles de lodo, y de grandes nos dedicamos a chapotear de manera horrible en la ciencia, disecando arañas y estropeando flores. Tanto en uno como en otro caso, el secreto reside en la circunstancia de no tener nuestra pobre cabeza hueca en qué pensar y nada que hacer con nuestras pobres manos ociosas. Y así es como terminamos por deteriorar algún lienzo con nuestros pinceles llenando de olores la casa, o introducimos un renacuajo en una vasija de vidrio llena de agua fangosa, provocando náuseas de todos los estómagos de la casa, o desmenuzamos una piedra aquí o allá, atiborrando de arena las vituallas; o bien nos ensuciamos las manos en nuestras faenas fotográficas, mientras administramos implacable justicia sobre todos los rostros de la casa. Es difícil que todo esto sea emprendido por quienes realmente se ven obligados a trabajar para adquirir las ropas que los cubren, el techo que los ampara y el alimento que les permite seguir andando. Pero comparen los más duros trabajos que hayan tenido que ejecutar con la ociosa labor de quienes desgarran flores o hurgan en el estómago de las arañas, y agradezcan a su estrella la circunstancia de que tengan necesidad de pensar en algo y que sus manos se vean también en la necesidad de construir alguna cosa.    

La piedra lunar.
Wilkie Collins.  

miércoles, 19 de agosto de 2015

Lo imposible realizable

LA POESÍA, LO IMPOSIBLE REALIZABLE
Juan Manuel Roca


Para muchos incrédulos la poesía a cada tanto sufre de catalepsia. Ese trastorno  nervioso produce en los humanos una inmovilidad y rigidez que en muchos casos presupone la muerte. Miles de casos registra la historia de personas que a punto de ser enterradas se incorporan en la camilla o en el féretro y regresan de la catalepsia, de una pequeña expedición por la muerte. Otras veces los forenses se dan cuenta de su error cuando practican una exhumación, y descubren, muy a su pesar, el terrible error de haber enterrado a quien estaba vivo. Por algo la etimología de la palabra griega catalepsia significa sorpresa. Lo mismo pasa para asombro de muchos con la poesía, que a veces parece hibernar en un sopor intrascendente, en una falta de aliento o en una parálisis de estatuaria, pero que muchas veces vive en la trasescena una vida real y plena, lejos de lo que Paul Valery llamaba “la antigua industria de lo bello”.  No pocos se apresuran a enterrarla, como ocurre en las sociedades pragmáticas que repelen el sueño y la utopía, en esto que hoy llamanos “lo imposible realizable”.
Me agrada señalar esta apreciación en una ciudad con fama de fenicia, de valoradora solamente de lo que tintinea, en un conglomerado que no pocas veces reemplaza el tic tac del corazón por el sonido de una máquina registradora. Y en una ciudad que, precisamente, sin alardear de la cantidad, convoca hace 25 años cuando nos atronaban las bombas, el imposible realizable de poner como centro de resistencia la palabra poética durante unos días de extraño y febril festejo. Por fortuna la poesía, una musa cataléptica para una sociedad desvitalizada y mustia que todo lo mide en el poder adquisitivo, no fue enterrada viva sino que pudo despertar de un velorio adelantado por el tartufismo y el expolio, por aquello que John Kennedy Toole llamaría “la conjura de los necios”, incluidos dentro de esta conjura los expoliadores, los correcercas, la derecha perseguidora desde diferentes capas de la sociedad y de no pocos medios de comunicación. La derecha extrema siempre ha intentado ignorar la libertad que propician la poesía y el pensamiento libertario, y lo hace a través de la imposición de la banalidad en las artes y del caudillismo político. Lo decía con su claridad habitual Walter Benjamin: “a la violación de las masas, que el fascismo impone por la fuerza en el culto a un caudillo, corresponde la violación de todo un mecanismo puesto al servicio de la fabricación de valores culturales”.
La poesía es también el afincamiento del individuo y a la vez el punto de encuentro con el otro, un asunto que no admite la uniformidad, la sumisión ni el unanimismo, el espíritu gregario ni la idea de que lo imposible no sea realizable. Todo es realizable desde el poema. Todo  lo que atañe al hombre le atañe a la poesía y no solo cuando habla de la paz ejerce una praxis política. Lo hace a través de casi todo hecho artístico y cultural, a contramarcha de todo totalitarismo, nacido en cualquier orilla. La poesía ama los fines libertarios pero no lo hace desde ningún medio que contemple la destrucción por la destrucción, la escisión del hombre del legado de la naturaleza. En la reparación de víctimas, ¿cuál de los bandos reparará la naturaleza muerta? La enseñanza de Camus de dudar de los medios que a toda costa buscan un fin, es también y de manera evidente el camino del arte, un talante que contempla un camino de ida y venida entre la ética y la estética. Hablo como militante de mí mismo cuando digo que cada vez soy más conciente de mi repulsa a la guerra. Hace mucho creo que quien esgrime un arma ya está derrotado, así triunfe en el conflicto.
Quien ama la guerra, y de ahí el lenguaje barbarizado y primario de quienes se oponen a la paz, se odia a sí mismo sin darse cuenta de que practica la autofagia. Solo ama la guerra quien se beneficia de ella. Creo que ya es hora de desatrasar el reloj estático de una caduca confrontación y de ponerlo en la hora de escucharnos, de desaturdirnos en medio de una coral de dogmas aplastados por las explosiones. Y ya es hora también de que un estado entreguista deje de vender nuestras riquezas al pulpo del capital mientras habla a boca llena de la patria. 
No quiero extenderme sin antes decir que más allá de lo que tenga ocurrencia final en las conversaciones de La Habana, que creo y deseo que termine con un acuerdo de paz y reconciliación, siento como un deber propiciar lo que esté a nuestro alcance por la paz. Que es lo que en últimas hemos hecho todos los que nos dedicamos, con logros o sin ellos, a transitar los caminos pedregosos del arte. En cuanto a  la vieja consigna setentera de un poeta español que afirmaba que “la poesía es un arma cargada de futuro”, creo que es más justo, metafóricamente hablando, decir que es un arma cargada de presente. O si no, ¿para cuándo vamos a dejar el porvenir? Me parece esa divisa de Gabriel Celaya muy cercana a la de un tendero malicioso de mi infancia que colgaba a sus espaldas un cartelito que decía: “hoy no fío, mañana sí”, en una caligrafía de emergencia. El presente es, para bien o para mal, un futuro ya cumplido.
Para finalizar quisiera narrar una historia sobre el carácter social de la poesía. En un viejo filme -o a lo mejor fue en un sueño-, se registra el pabellón de un hospital con decenas de camas y de heridos. Solo uno de ellos tiene acceso a una ventana con vista a la calle. El hombre entreabre sus dos hojas y cuenta lo que pasa en el afuera: una mujer joven cruza bajo un paraguas rojo, dos niños patean un balón entre los charcos, una monja casi enana les da comida a las palomas del parque, una pareja de novios se besa a la entrada de un café, un cartero se empina frente a un timbre…
Una noche el enfermo que narra los sucesos muere y, por supuesto, todos quieren su camastro con vista a la calle. Cuando el hombre al que le asignan su lecho entreabre la ventana, descubre asombrado que solo hay al frente un muro infranqueable de ladrillo que le impide a cualquiera ver el paisaje. Creo que no hay nada más parecido al poeta que el personaje de esta historia. Se trata de alguien capaz de fabular desde el encierro, de alguien que puede ver más allá del muro cerrado del presente, de alguien que desde la condición de reo del mundo fabula nuevos mundos. Sin duda se trata de una poderosa analogía sobre la insatisfacción con la más pedestre realidad.
No importa si los burócratas de la cultura o de la política, de una orilla o de otra, lo entienden o no. Bien vale la pena recordar estos versos de Auden, el insumiso poeta de York:


                   “Nuestros burócratas seguirán construyendo
                    este mismo jaleo sin gracia que es la Historia:
                    todo lo que nosotros rogamos es que los artistas,
                    los cocineros y los santos, sigan sin hacerles caso”.

 (texto leído en la II Cumbre de Poesía por la Paz y la Reconciliación en Colombia, que culminó la semana pasada en Medellín)

lunes, 17 de agosto de 2015

Dentro del búnker


Galería de acceso al interior del búnker superior de Vegarada. Cada una de las dos fotografías está tomada en el punto contrario a la otra.
Recorrer completo el estrecho pasadizo no deja de ser un atrevimiento para alguien que, como yo, entra en pánico con demasiada facilidad en estas ratoneras.   

Un búnker en Vegarada




En realidad son dos.
Vegarada es un puerto de montaña que une León con Asturias. La carretera en la parte de León está asfaltada hasta el enlace con el lado asturiano, que únicamente cuenta con una pista de tierra. Casi en este límite hay dos fortificaciones en forma de búnker, una a cada lado de la carretera. Son formaciones rocosas en altura desde las que se podía divisar perfectamente el movimiento de las tropas franquistas desde la parte leonesa en su avance hacia el norte.
Las dos primeras fotografías están realizadas desde el otro búnker y en ellas, ampliándolas, se pueden apreciar los restos de trinchera y el acceso de entrada a la fortificación.

viernes, 14 de agosto de 2015

Golondrinas y Estorninos

No sé por qué las golondrinas, que hoy quiebran el aire a mi alrededor, me hacen pensar en ellas, que también deberían volar libres.
Y sin embargo me inquieta la extraña sensación de que, en realidad, solamente son las derrotadas en un largo combate del que nadie ha escrito aún la última página.
No sé por qué, cuando levanto la vista, solamente veo una nube de estorninos en formación.
No sé por qué algunas golondrinas tienen que morir camino del trabajo.
No sé por qué algunas golondrinas tienen que vivir en estado de permanente angustia.
No sé por qué muchas golondrinas se someten al vuelo de los estorninos.
No sé por qué el lento exterminio ha de ser lo insensible y lo cotidiano.
Quisiera saber si alguien, pongamos por ejemplo un futuro desertor, puede darse de baja como estornino.
Y por fin, si un desertor es aquel que se queda solo en el desierto.

lunes, 10 de agosto de 2015

Pueblos VII

    Tivissa (Tarragona)

sábado, 8 de agosto de 2015

viernes, 7 de agosto de 2015

Poema del Pozo de Tirador


Permanece el paisaje,
los gigantes de piedra,
el desfiladero,
los chopos junto al río,
la vieja carretera.

Las nubes que pasan
también permanecen.

Permanece el túnel,
la trinchera,
el brillo feroz de las aulagas.

Permanece el aire azulado,
la trayectoria,
la bala.

La huella en la tierra.

Permanece el motivo,
el corazón de los muertos,
el ultraje…

El vacío y la ausencia,
las nubes que pasan.

Y el frío,
el infinito clamor de la ventisca,
también permanece. 


martes, 4 de agosto de 2015

Pozo de Tirador



Siguiendo los pasos que indica el libro titulado "La Maginot Cantábrica" (http://www.libreriadesnivel.com/libros/la-maginot-cantabrica/9788498291070/ ) nos tiramos al monte pasando el pueblo de Nocedo, a la altura del antiguo balneario. Vamos ascendiendo y, antes de llegar al pequeño collado, encontramos una cueva artificial de unos tres metros de profundidad. La guía indica que las tropas republicanas instaladas allí intentaron excavar un túnel sin éxito. En el otro lado de la roca, una vez superado el collado, se encuentra la otra boca del frustrado pasadizo. Desde esta segunda entrada se accede al pozo de tirador sobre el que posa Sol. 
Desde esta atalaya, como podéis ver, se domina todo el acceso al desfiladero del río Curueño y, por ende, el paso a la cordillera en el límite entre León y Asturias. Es de suponer que lo que aconteció después con la caída del Frente Norte en esta zona tiene las mismas trazas que en otros lugares: la excesiva diferencia de efectivos y el abrumador poder de la aviación franquista.  

Librería 62


                     La Taberna del Libro. Moguer (Huelva)