Pese a que las fanfarrias triunfalistas han sonado hasta el último momento, la candidatura de Santander como ciudad cultural europea no ha pasado el corte selectivo y, desde luego, nada se va a mejorar con afirmaciones sectarias como las que leo en un periódico de la región sobre la filiación política de los consistorios de las ciudades elegidas.
Aun a riesgo de que alguno de esos que acostumbran a pensar con las tripas me pueda soltar alguna lindeza creo que la madurez y tradición cultural de la mayor parte de las ciudades elegidas es bastante superior a la de la capital de Cantabria. Pero también opino que el intento no estaría mal si sirviera como lanzadera para una mayor preocupación, extendida en el tiempo, por la cuestión cultural en todos los ámbitos y para todas las clases sociales.
Lo que no vale para nada es que la candidatura haya podido ser simplemente un atracón de cara a la galería en busca de vanos oropeles y beneficios políticos para luego volver al desierto. Y, en ese caso, haber conseguido el absurdo galardón tampoco hubiera sido como para tirar cohetes.
A lo mejor hay que empezar a definir desde las instituciones lo que es cultura para comprender que ésta debe ir más allá de las alharacas minoritarias del Palacio de Festivales y del Festival Internacional.
A lo mejor hay que empezar a pensar, por poner algunos ejemplos, en la razón por la que los músicos en esta ciudad tienen tantos problemas para ejercer su actividad. O por qué no existen ediciones literarias estables como en otras ciudades. O el curioso goteo de cines cerrados a lo largo de los últimos años…
Se puede ir más allá. Simplemente es necesario empezar por olvidar la costumbre tan arraigada aquí de suponer que la cultura es restrictiva, minoritaria y, por tanto, un signo de distinción social (lo que por ende lleva a creer que lo de los demás, lo diferente, no es cultura). En definitiva, lo que se necesita es amplitud de miras y cultura (con minúsculas).
Y si no se consigue, y nos quedamos en lo mismo, lo que en esta ciudad va a permanecer no es el “Sueño de Europa” sino “la perenne y aburrida siesta de la ciudad de Santander”.