Morir es la putada más grande que se puede hacer a los amigos.
Yasmina Khadra.
Trilogía de Argel.
La primera noticia de que las cosas no iban a ir bien llegó con el ruido rotundo, seco y áspero de la plataforma de hielo al quebrarse; algo así como uno se imagina el crujido del espinazo de una ballena.
La segunda noticia se hizo patente cuando comprobó que no había nada sólido bajo sus pies. Entonces comenzó a bracear con la esperanza de transformar sus torpes manos en la punta de las alas de una gaviota, para salir de allí volando.
La siguiente y tercera noticia fue el descenso a los abismos y con ella la incredulidad de que aquello le estuviera pasando a él, cuando lo normal es que estas cosas solamente ocurrieran en los libros sobre expedicionarios al Himalaya, o en algunas historias de Julio Verne, que leía cuando era joven.
Luego, una vez que se le pasó el complejo de sardina metida en un bocadillo de miga de hielo, ya comenzó a hacerse cargo de su situación, preocupante aunque no desesperada.
¿El entorno?. Amenazante
¿Desperfectos propios?. En principio, no
¿Arriba, los compañeros?. Nerviosos y agitados, pero en su sitio.
¿Cámara, prismáticos?. A sus pies, a punto de iniciar una zambullida en las gélidas aguas del mar de Barents.
¿La mochila?. Lo mismo.
Opta por tranquilizar a los de arriba y, después, recoger los efectos personales para que nada estorbe en el ascenso.
Comienza a trepar haciendo huecos en la nieve compactada con las botas, pero el asunto está complicado.
Oye como le dicen que espere por si el hielo se fractura de nuevo.
Y oye a su amigo pedir auxilio en perfecto castellano a alguien que solamente entiende perfecto noruego.
Y por fin una soga asoma.
Lo que viene después, tras los agradecimientos y el cigarrillo del condenado, tras el temblor en las piernas y el dolor en el pecho y los mareos del miedo, es el pensamiento. Rememorar continuamente lo que no ha sucedido.