viernes, 31 de diciembre de 2021
Galopar
lunes, 20 de diciembre de 2021
Me alegro
Descalzo
jueves, 16 de diciembre de 2021
Cita celestial
Los hombres sólo inventaron a Dios para entretener a sus demonios.
lunes, 13 de diciembre de 2021
El bar de la mitad del camino
jueves, 9 de diciembre de 2021
Final de lectura
lunes, 6 de diciembre de 2021
Nacimientos Napolitanos (IV)
domingo, 5 de diciembre de 2021
sábado, 4 de diciembre de 2021
viernes, 3 de diciembre de 2021
jueves, 2 de diciembre de 2021
En tiempos como estos
miércoles, 1 de diciembre de 2021
Barrio
Tener doce, trece, catorce, quince años,
en un barrio de aluvión del extrarradio de cualquier ciudad a mitad de los años
setenta podía llegar a ser una aventura inimaginable en la que cualquier
actividad, supongo que porque ya iba en nuestro ADN de alevines de obrero (hoy
algunos dirían eufemísticamente trabajadores por cuenta ajena), te preparaba
para lo que teóricamente estabas destinado desde que nacías, que era ser lo que
tu padre o tu madre, y a mucha honra. Allí y en aquellos días no se había oído hablar
jamás de lo que, pasados los años se daría, en llamar el “ascensor social”. Si
en nuestro barrio los edificios tenían cinco pisos y como poco ochenta
obligatorios escalones como ochenta estaciones de vía crucis hasta el quinto, a
nosotros, precisamente, que solo veíamos los ascensores cuando bajábamos a
Santander al médico, nos iban a hablar de una cosa rara llamada ascensor
social.
Por lo demás, ser un chaval en un barrio
como el nuestro era, como decía antes, una continua práctica pre-profesional. Si
fundías plomo que encontrabas en los escombros y con la colada hacías corazones
y estrellas de plata como amuletos contra el mal de ojo y la mala suerte,
operario de fundición o calderero; si tallabas cristal en las abrazaderas de
los postes para las chapas en las que insertabas retratos de ciclistas,
soplador de vidrio o gregario en la Vuelta a España; si armabas un triángulo de
madera con ruedines para bajar por las cuestas de gravilla como suicida o como alma
que lleva el diablo, mecánico; si construías casetas con cartones y tejavanas,
albañil; si montabas rifas con cromos y tebeos a cincuenta céntimos la
papeleta, tendero. Y además la mayoría íbamos a la única escuela pública del
contorno para hacernos hombres y mujeres de provecho, que era lo que se decía
entonces, aunque la verdad es que no teníamos ni remota idea, ni falta que nos
hacía, de lo que era eso del provecho.
Cuento todo esto porque fue un poeta
(Rainer María Rilke) el que hace muchos años sostuvo que, en realidad, la
infancia era la verdadera patria del
hombre. Y hoy en día, cuando crecen de
nuevo como la hierba mala patriotas de bandera y solo eso, a mí, que a veces me
da por juntar versos con mayor o menor fortuna, no me cuesta gran cosa mantener
la afirmación del poeta e incluso ampliarla.
Porque probablemente es ahí, en nuestros
primeros aprendizajes cuando somos capaces de absorber y procesar, como si de
un territorio intacto se tratara, todo lo que la vida puede depararnos después.
Y es, tal vez, una patria extraña, inconcebible quizás y en ocasiones repleta
de sinsabores, pero es, sin duda el lugar, o el espacio temporal, al que
algunos nos acogemos, aunque sea solo como referente para poder transitar con
cierta dignidad por el resto de nuestra vida.
Participar en el libro colectivo de las
“Historias del Barrio San Francisco” me ocasionó al principio no pocas reservas
y prevenciones, derivadas algunas de
viejas disparidades y otras de la dificultad que tiene en ocasiones enfrentarse
con lo que fuimos, con lo que pudimos
ser y con lo que aquellas vivencias y otras posteriores hicieron de nosotros.
Con el pasado al fin.
Y ahora, con el transcurso de los años,
con lo que sabemos y con lo que hemos vivido, cuando pienso en el barrio me doy
cuenta de que en realidad siempre hemos estado regresando a ese pasado. El
barrio, en cuanto nos descuidamos, se nos aparece como un fantasma en las
conversaciones recurrentes. Los ejemplos de solidaridad, los arrebatos de
rebeldía, las nociones de organización y de colaboración que nos han acompañado
en actividades posteriores, políticas, o sindicales, o internacionalistas, o
culturales, están perfectamente imbricadas en aquel convencimiento que, en
tiempos duros de franquismo y post-franquismo, hacía grande y memorable al
movimiento vecinal de que, si estábamos unidos, éramos capaces de todo y de que
nada ni nadie nos podía parar.
Estas “Historias del Barrio San
Francisco”, si tienen algo de bueno, más allá de reactivar ese orgullo de
pertenencia tan cercano a la conciencia de clase, es que nacen como fiel
reflejo de lo que siempre fue el sello y el carácter predominante de nuestro
barrio; esto es la voluntad firme y solidaria de llevar a cabo lo que la propia
gente del barrio se propone en cada momento para mejorar el día a día. Y así,
seguramente que con sus imperfecciones pero también con aciertos, cada uno de
los que colaboramos en la materialización del libro hemos tratado de llevar
este barco a un buen puerto.
Y en mi caso, aunque sea por un breve lapso de tiempo, precisamente a ese puerto del que hablaba casi al principio. A esa pequeña patria, ajena a inflamaciones heroicas, que es la juventud que entonces vivimos, que nos hizo crecer intelectualmente, madurar socialmente y en la que nos obstinamos en tomar ejemplo de aquellos que nos precedieron.
martes, 30 de noviembre de 2021
jueves, 25 de noviembre de 2021
Monte a través
Hierba mora
jueves, 18 de noviembre de 2021
Paseos con mi madre
miércoles, 17 de noviembre de 2021
Hurrias
Tengo una cicatriz por debajo de la rótula y tres o cuatro recuerdos de la guerra en la cabeza. De una guerra a peñascazos de hace muchos años, cuando aún la mayoría nos vestíamos con pantalón corto y jersey de tricotosa. Cuando no necesitábamos una declaración formal para abrir hostilidades y sí el cruce bravucón de la línea imaginaria que separaba el ficticio territorio de mi barrio del igual de quimérico de los vecinos.
Allí no se hacían prisioneros, a lo sumo contusionados, y el conflicto acababa temporalmente cuando llamaban las madres de cada cual a gritos por las ventanas o cuando llegaba la sagrada hora de las meriendas de pan con las consabidas dos onzas de chocolate. Luego, si te he visto en campo enemigo ni me acuerdo. Se dejaba para otro día, o para cuando hubiera humor, la acumulación de pedruscos y otros proyectiles y, de cuando en cuando, nos retábamos en los prados del pasiego a perseguir una pelota de goma o, en el mejor de los casos, aquel balón de reglamento que a algún afortunado le habían traído unos Reyes dadivosos en las anteriores Navidades. El caso era porfiar, ser antagonistas, contrincantes, contendientes de un barrio o del otro, como si vivir en uno u otro lugar a cien miserables metros de distancia marcara un carácter diferente a quienes procedían de un mismo origen campesino y obrero. Gente humilde al fin con la misma camiseta bajo el anorak de combate.
Cuento todo esto porque hace unas pocas horas me ha llegado la tristísima noticia de la muerte de uno del otro barrio. Alguien, un compañero, con el que coincidí muchos años después en el mismo trabajo y en el mismo comité de empresa aunque, vaya por dios, en distinto sindicato (como no podía ser de otra manera, dado nuestro historial pertinaz).
A veces, en algún descanso, no muchos, recordábamos con cierta nostalgia aquellos días de gloria herrumbrosa, polvo y sangre en las rodillas, cuando éramos guerreros de sesión de tarde y no de jornada partida.
Apenas sombras difusas de un tiempo lejano.
lunes, 15 de noviembre de 2021
Retrato con Morfeo
domingo, 14 de noviembre de 2021
Zapatistas
miércoles, 10 de noviembre de 2021
martes, 9 de noviembre de 2021
lunes, 8 de noviembre de 2021
domingo, 24 de octubre de 2021
jueves, 21 de octubre de 2021
Muerte súbita
martes, 19 de octubre de 2021
Onomástica
lunes, 18 de octubre de 2021
Mola
viernes, 15 de octubre de 2021
La memoria rescatada
lunes, 11 de octubre de 2021
La puerta de salida
jueves, 7 de octubre de 2021
Unicornios y otros seres mitológicos
miércoles, 6 de octubre de 2021
La ternura y un yogur.
martes, 5 de octubre de 2021
domingo, 3 de octubre de 2021
El higo
La primera y la segunda guerra púnica se libraron entre Roma y Cartago durante el siglo III a.C. y tuvieron como resultado el fortalecimiento del control de Roma sobre el Mediterráneo occidental. Aníbal había sido derrotado en Zama, y Sicilia, Córcega, Cerdeña y la península Ibérica ahora eran suyas. Pero los romanos decidieron acabar con Cartago de una vez por todas declarando la guerra de nuevo en el año 149 a.C. En su determinación por ver la caída de Cartago, se contaba que el senador e historiador Catón el Viejo había llevado un higo fresco norteafricano al Senado y había propuesto a sus compañeros senadores que adivinasen cuándo había sido recogido. Cuando les contó que dos días antes aún estaba en su árbol, la idea de que Cartago se hallase tan cerca los alarmó, y "de inmediato", decía Plinio el Viejo, comenzó la tercera guerra púnica.