Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

lunes, 13 de diciembre de 2021

El bar de la mitad del camino


Me gustan los bares en la mitad del camino. Llegar a sus puertas y que un niño, apenas cinco o seis años, te mire desde el interior con ojos como lunas y le pregunte a su madre si ese señor de barba blanca que hay afuera es, tal vez, el Olentzero.
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Me gustan los bares en la mitad del camino. Los abrigos contra la estrechez, contra las nieblas y las tinieblas. Las nieblas que impiden vislumbrar la trocha por la que se llega y las tinieblas por donde marchan, secretos, los porvenires. 
Me gustan los respiros y las treguas.
Me gusta llegar con calma y cansado tras andar en pocas horas entre las sombras del finisterre y el fulgor de los mares árticos.
Y me gusta que de cuando en cuando un gato montés me salude al paso, antes de hacerse invisible en la maleza.
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Me gustan los bares en la mitad del camino. 
Aquellos en donde el calor se demuestra andando acompañado. Aquellos en los que aún se sabe dónde estás y quiénes somos. 

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