Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

domingo, 25 de febrero de 2024

10 años.


10 años...

no son casi nada. 


sábado, 24 de febrero de 2024

Yorgos Seferis


Juegas conmigo Sol
y sin embargo esto no es danza
tanta desnudez
casi sangre
o bien algún bosque salvaje;
entonces.

                                                        Yorgos Seferis.

martes, 20 de febrero de 2024

Volver

Algunas veces decía JR, parafraseando a Heráclito, que nunca te bañas en el mismo río y que jamás viajas al mismo lugar por mucho que aparentemente regreses al mismo paisaje. La última conversación que tuvimos trató de convencerle para hacer de nuevo la mochila, pese a sus prevenciones y a su salud renqueante, y volver a uno de aquellos lugares en los que fuimos felices, al menos moderadamente.
No pudo ser.
En unos días, si los hados nos acompañan, estaremos de nuevo frente a uno de esos paisajes que hacen que la respiración se acelere momentos antes de ausentarse durante ese breve lapso de tiempo que te hace ser consciente de la menudencia que en realidad somos. Quijotes ante gigantes.
Y él, quizá, estará una vez más con nosotros, aunque ya no nos zambullamos jamás en el mismo río.

 

viernes, 16 de febrero de 2024

Carcoma


En el pueblo empezaron a hablar porque un accidente es cosa de casualidad pero no dos y menos tres. Tres accidentes en unos pocos días es cosa de ojeriza, por mucho que la señora le quitase importancia y dijese que había sido cosa de poco. Pues no parecía poco oyéndola gritar como una gorrina, decía la Carmen en la cola del pan, y todas las mujeres se reían por lo bajo. Algunos empezaron  a venir a la casa cuando se hacía de noche para ver si podían usar ellos también un poco de esa ojeriza pa lo que tenían pendiente, que era mucho desde siempre pero más desde la guerra. Venían de noche, salían del pueblo por donde los pajares y llegaban a la casa por medio del monte para que no los viese nadie. Algunos querían cobrarse una bofetada o una paliza que llevaban guardada dentro desde que la guerra había dejado paso al desolladero, otros el chivatazo de un vecino o la huida de un pariente que había acabado en una cacería y la cacería en una matanza. Yo les maldecía a los parientes, a los guardias civiles, a los curas, a los chivatos, a quien fuese, con todo el odio que había en mis entrañas y en las de la casa porque sabía que el día que los pobres empezásemos a cobrar deudas muchos no iban a tener cochiquera en la que esconderse.
Después algunos empezaron a venir también a preguntar por los remedios y yo les daba las dos o tres hierbas que sabía y les decía una verdad y una mentira pa aliviarles. La verdad era dónde estaba el padre, el marido, la hija o la hermana que les habían desaparecido. La tapia del cementerio, el camino que va a Villalba, el barranco de la fuente, el cerro de la ermita. Todo el pueblo repleto de cuerpos. La mentira era que ese padre, ese marido, ese hijo o ese hermano estaban en el cielo, que los santos me habían dicho que los tenían allí y que les mandaban recuerdos. Luego les dejaba sentarse a rezar allí con la santa y encenderles una vela a los familiares porque no podían ir a recoger los cuerpos pa enterrarlos ni pedirle una misa al cura. Así que se sentaban en la cocina y les prendía la lumbre pa que no tuviesen frío y algo mejor estaban con la mentir aunque a mí la sombra que traían a cuestas se me quedaba desde entonces en la casa con la boca llena de tierra, la cabeza agujereada y los dientes arrancados a culatazos. Algunas desaparecían al cabo de un tiempo y a lo mejor era verdad que los ángeles venían a llevárselas al cielo, porque los muchachos que mueren en los barrancos con las entrañas rotas no pueden ir al infierno. Pero otras se escondían en las ollas y bajo las camas, vete a saber si por miedo o por rencor, y ya no se iban.

Layla Martínez.
Carcoma.
Amor de Madre -Editorial joven, feminista & LGBT+-   

miércoles, 7 de febrero de 2024

Los cuentos de Macguffin (o cómo desviar los tiros a puerta)

Tengo para mí (lo siento por los fans) que el Festival de Eurovisión -y todas las polémicas que prefabrica- es a la música lo mismo que el Premio Planeta a la literatura.
O sea... Una reverenda mierda.

 

lunes, 5 de febrero de 2024

Gatos


Por las rendijas
 de esos ojos
asoma el exceso de luz
y la desconfianza.

Tal vez nos alcance
 la armonía
 cuando tenga la noche
mirada de luna llena.

                            MCH


jueves, 1 de febrero de 2024

Lobeira


Cuando era pequeña no me parecía tan raro poseer un cine; era como tener en casa libros para volverlos a leer, o discos. Para ver una película ahora se puede poner un vídeo, pero en los años cincuenta no había vídeos, y yo sigo considerando que ver a Montgomery Clift en una pantalla de veintiuna pulgadas es como tomar Avecrem en lugar de sopa de cocido. En otros lugares la gente podía ir al cine, pero en Lobeira no había ningún cine, y por eso a mi padre no le quedó otro remedio que abrir uno. Después he oído llamar a esos tiempos la posguerra, y supongo que es un nombre tan adecuado como cualquier otro, pero lo cierto es que de pequeños nunca fuimos conscientes de estar viviendo en los años inmediatamente posteriores a un conflicto bélico. La guerra era un suceso distante, acaecido en ese periodo indeterminado antes de que naciésemos donde coexistían el frente de Gandesa con Alfonso XII, el Cid con Viriato, Ana Bolena con Juana de Arco. En nuestra familia se evitaba el tema, porque había habido gente en los dos bandos, y creo que hasta que fui a la universidad no reflexioné en que yo había nacido cuando apenas habían pasado trece años desde el final de la guerra. Y eso de la de aquí, de la insurrección contra el Gobierno constitucional, como decía mi abuela si estaba enfadada, porque fuera, lo que mis amigos ingleses llamaban "la guerra" había ocurrido aún más tarde, y había terminado solo pocos años antes de nacer yo.

Marilar Aleixandre.
Lobos en las islas.
Arde Ediciones.