Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

jueves, 1 de febrero de 2024

Lobeira


Cuando era pequeña no me parecía tan raro poseer un cine; era como tener en casa libros para volverlos a leer, o discos. Para ver una película ahora se puede poner un vídeo, pero en los años cincuenta no había vídeos, y yo sigo considerando que ver a Montgomery Clift en una pantalla de veintiuna pulgadas es como tomar Avecrem en lugar de sopa de cocido. En otros lugares la gente podía ir al cine, pero en Lobeira no había ningún cine, y por eso a mi padre no le quedó otro remedio que abrir uno. Después he oído llamar a esos tiempos la posguerra, y supongo que es un nombre tan adecuado como cualquier otro, pero lo cierto es que de pequeños nunca fuimos conscientes de estar viviendo en los años inmediatamente posteriores a un conflicto bélico. La guerra era un suceso distante, acaecido en ese periodo indeterminado antes de que naciésemos donde coexistían el frente de Gandesa con Alfonso XII, el Cid con Viriato, Ana Bolena con Juana de Arco. En nuestra familia se evitaba el tema, porque había habido gente en los dos bandos, y creo que hasta que fui a la universidad no reflexioné en que yo había nacido cuando apenas habían pasado trece años desde el final de la guerra. Y eso de la de aquí, de la insurrección contra el Gobierno constitucional, como decía mi abuela si estaba enfadada, porque fuera, lo que mis amigos ingleses llamaban "la guerra" había ocurrido aún más tarde, y había terminado solo pocos años antes de nacer yo.

Marilar Aleixandre.
Lobos en las islas.
Arde Ediciones.     

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