Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

martes, 29 de enero de 2013

Cartografía

                                                                                                                                                Peña Sagra desde la Collada de Carmona

Al norte de mis pensamientos el mar de las travesías con sus faros de papel y sus galeones.
La oscuridad de los sueños y la niebla a occidente y al este la luz que alumbra el recto deseo de ser libre.
Al sur la eterna mirada, las montañas azules y el corazón.

domingo, 27 de enero de 2013

Camelot

Lo mejor contra la tristeza es aprender algo. Es un remedio que no falla. Puedes hacerte viejo, con temblorosa anatomía; puedes yacer despierto por las noches, escuchando el desordenado rumor de tus arterias; puedes perder el único amor de tu vida, puedes ver el mundo devastado a tu alrededor por locos malvados, o advertir que seres mezquinos hunden tu honor en las cloacas. Sólo hay algo que mitigue esos pesares: aprender. Aprender por qué el mundo se mueve, y qué es lo que le impulsa. Estudia, eso es lo que te conviene. Mira todo lo que hay que aprender: la ciencia pura, lo más bello que existe. Puedes aprender astronomía en una vida, historia natural en tres, y literatura en seis. Y luego, una vez que hayas empleado un millar de vidas en el aprendizaje de la biología, la medicina, la teología, la historia, la geografía y la economía, entonces será el momento en que puedas  comenzar a hacer una carreta con la madera adecuada, o podrás pasar cincuenta años aprendiendo a batir a tus adversarios en la esgrima. Luego, a empezar de nuevo con las matemáticas, y después será tiempo de que aprendas a arar la tierra.


Camelot
Terence H. White

viernes, 25 de enero de 2013

martes, 22 de enero de 2013

Poema por Mali



 Mopti (Mali)

COMPAGNIE MALIENNE DE NAVIGATION

Al amparo de la sombra aguarda el viajero
inútilmente.
Quizá piensa que a las paredes de ese vestíbulo,
tal vez, les hiciera falta
una buena mano de pintura, una friega
que ocultase tantas miradas distraídas,
tantas esperas sepultadas.

Al otro lado, en la calle, donde los colores
se abrasan, transcurre, con el río, el resto de la vida.
Pero, de vez en cuando, la vida,
esa cenicienta, se inmiscuye
en la retina del viajero.

Pasa entonces, ante la puerta, el vendedor de cuencos
y las mujeres con atuendos excesivos
que, en cuadrilla y con cestos de ropa
en la cabeza, regresan de lavar
en la orilla del Río Níger.
Pasa un niño pensativo y desharrapado,
solitario, con más tiempo en el gesto que sus pocos años,
y un pescador de fortuna,
y dos hombres tranquilos de la mano,
y alguien que, sin mirar atrás, transporta un bloque de sal
a sus espaldas.

Para curarse de la fiebre que producen las quimeras
el viajero lee a ratos en los ojos de los que pasan.

MCH

domingo, 20 de enero de 2013

Capirucho



                                                                                                                                                Para J.R.

El hombre sin zapatillas conoció a Scott en El Salvador. El Salvador es un país pobre pero hermoso. Allí hubo una vez una guerra que fueron demasiadas guerras a la vez. Y duró muchos años.
Cuando el hombre sin zapatillas conoció a Scott las batallas se habían acabado, y en todos los pueblos del país quedaba solamente lo que siempre queda cuando acaban las batallas. Por eso también era un país muy pobre.
Scott había nacido en Norteamérica, que es un país muy rico lleno de pobres. Por eso a Scott, cuando no le llamaban Scott, todos le llamaban “el gringo”, que es una forma muy arraigada de distinguir a los que llegan desde su tierra. De todos modos, Scott, puestos a elegir, prefería  que le llamaran por su nombre.

Scott tenía un perro,  o más bien, tenía el privilegio y el placer de que un perro lo acompañara en todas sus andanzas. Que Scott iba al colmado, el perro se llegaba hasta la puerta; que iba a la pupusería de Doña Mari porque, de pronto, le apetecían algunas de sus sabrosas pupusas rellenas de queso o de frijoles, allí estaba el perrillo con su aire inocente mirando fijo hacia el interior del establecimiento. Cuando el hombre salía, el perro movía nerviosamente la cola, como si alejara con ello algún que otro presagio de abandono instalado en sus inocentes neuronas de perro fiel y silencioso. 
Con tanta persecución y tanta compañía, Scott un día se dijo que el perro debía tener un nombre, que es una forma como otra cualquiera de entrar en la familia y de coger confianza. Y entonces le puso Capirucho.
No le debió molestar a Capirucho su nombre recién estrenado, porque desde entonces, Capirucho por aquí, Capirucho por allá, el perro atendía a las llamadas del hombre, y hasta los vecinos de la aldea reconocían al pobre perrito ex-vagabundo por aquel apelativo tan acertado.
Capirucho no tenía un pasado reconocible. Había aparecido en la calle y Scott le había dado de comer distraídamente. Luego el perro, acabada la pitanza, lo había seguido hasta acomodarse a la sombra en el porche de la pequeña casa que ocupaba desde hacía unos meses. Desde entonces, varios años atrás, el perro tenaz y el norteamericano se convirtieron en dos sombras inseparables sobre las paredes encaladas del villorrio.
Capirucho era un perro pequeño, tenía manchas negras sobre el pelo blanco, o tal vez, manchas blancas sobre el pelo negro. La vida no lo había tratado muy bien, pues lucía demasiadas cicatrices en la piel para que alguien pudiera extraer de su aspecto general que por aquel montón de huesos y pellejo habían pasado mejores tiempos.
Para Scott, una vez recuperado de su extrañeza inicial ante aquella fidelidad tan extrema, la compañía de Capirucho se hizo irremplazable. Cada uno cumplía con su deber en un tácito pacto de amistad. Scott procuraba sustento al perro y el perro ahuyentaba la extranjera y nostálgica, a veces, soledad de Scott.

Hay que decir que, de modo habitual, en El Salvador, como en todos los lugares en los que planea con sus alas grises la necesidad, los perros se alimentan solos, buscan despojos por aquí y por allá con una ciencia no escrita que otorga el hambre. Por eso, para el vecindario no dejaba de ser extremadamente curioso, cuando no abiertamente objeto de escándalo, que Scott se acercara de vez en cuando al matadero para comprar algunos huesos o algunos trozos de carne, que acababan inevitablemente, después de una rápida y metódica deglución, en la panza de Capirucho. ¿Cuándo se había visto eso en aquel pueblo? ¡Carne para un perro! Cuando el más común de los mortales solamente veía la carne algún domingo o para la fiesta del Patrón. Aquello era cosa de extranjeros, caprichos de gringo rico. Mientras tanto, Scott y Capirucho, inmersos en su recién estrenada amistad, deambulaban ajenos a las habladurías. 

Pero una tarde aciaga a Capirucho lo atropelló el auto del cura cuando pasaba por la carretera principal. Scott, en su desolación, apenas alcanzaba a darse cuenta de que aquel animal tan maltrecho, aquella sangrante bola de pelo, era su amigo Capirucho.
Capirucho murió en sus brazos mientras, como sonámbulo, Scott lo trasladaba hasta la casa. Ni siquiera vio aquellos ojos fijos en él, que lo miraban,  como intentando conservar su imagen para tiempos peores en algún hipotético paraíso para perros.
Durante muchos días después, tras enterrar a Capirucho, Scott no salió de casa, huérfano de su presencia. Le costaba pensar en caminar por las calles sin el acostumbrado roce en sus piernas del lomo de Capirucho. Scott estaba triste. Y la tristeza se adueñó, durante algún tiempo, también de los rincones del vecindario. Cuando alguien preguntaba por el infeliz norteamericano, los habitantes de la población, atribulados y solidarios ante la muerte, pese a sus anteriores reticencias, solían responder:
No se le puede molestar. Scott está de luto.

viernes, 18 de enero de 2013

Si no cambiamos esta...

                                Cervera de Pisuerga (Palencia).

...¿cómo se van a cambiar las demás?

jueves, 17 de enero de 2013

El cielo caníbal

Hay cielos que se lo comen todo a imagen de los que desgobiernan. Algunos, incluso, devoran la paciencia ciudadana.
Al cielo de Madrid, de infundada fama en ocasiones, tal vez haya que verlo también previo pago de euro por receta.

martes, 15 de enero de 2013

Sea usted original para esto...


Si alguien piensa que a la originalidad te la encuentras sin dificultad alguna según sales a la calle o mientras te tomas un piscolabis, que se le vaya quitando de la cabeza. La cosa está difícil.
Ayer mismo entré a curiosear en el blog llamado Dextrangis (según miras la pantalla a la derecha), en el que José María me pone los dientes largos con sus fenomenales dibujos, y me encuentro con que, bajo el título de "jóvenes y buenos" ha incluido el catálogo de una exposición sobre cómic e ilustración. ¿Y qué me encuentro según entro?. Pues a un dibujante que ha titulado su historieta con la inexistente palabra "solhilaridad".
"Solhilaridad" es el título de un poemilla que escribí hace bastantes años. Dicho título, en su momento, me pareció como descubrir las fuentes del Nilo. Y ya véis. Ni únicos ni originales.
Item más. Cuando yo militaba en los comités de solidaridad, valga la redundancia con lo anterior, publicábamos una revista llamada Gentes de Maiz, para la cual creamos una sección que se titulaba "Fe de ratas". ¿Nos creímos originales?. Sí... pero no. Tiempo después descubrimos un cartel anunciando el concierto de un grupo de rock de otra región que se llamaba... ¿cómo?. Tachiiiín, tachiiiiín:  Feeee de rataaaas.
Un ejemplo más. El otro día se me ocurrió titular una entrada de este blog, remedando a Descartes, con la frase "Pienso, luego resisto". Sí. Ya sé que es facilón, pero es que... 
Pues nada, acudid si os place al buscador más conocido de Internet y escribid la frasecita.

Nada más. Salvo el poema del principio.


Solhilaridad


Y te llaman solidaria,
mientras lanzan como misiles sus carcajadas
desde la anónima oscuridad
del lejano,
cómodo,
limpio,
cálido
y ordenado
patio de butacas
del maldito teatro de operaciones.

domingo, 13 de enero de 2013

Colores

Me asomo a la ventana.
Los caballos junto a la ría soportan la lluvia con resignación.
Este es uno de esos puñeteros días grises que hacen que todo esté verde.
Me vuelvo a la cama.

sábado, 12 de enero de 2013

El Capital

"Yo enriquezco a los ricos y empobrezco a los pobres.
Soy un banquero normal".

El Capital.
Costa-Gavras

jueves, 10 de enero de 2013

Dibujos de viaje (26)

Angkor (Camboya)

lunes, 7 de enero de 2013

Penitentes



Aunque pueda parecer otra cosa a tenor de las fotografías, ni estamos en Semana Santa, ni hemos ido de procesión, ni se trata de un "pésamediosmio".
La afición de los pajareros es así. Si la cosa lo requiere son capaces de arrastrarse por el barro cual marine americano.
A primera hora de la mañana hemos estado en Laredo al acecho de las barnaclas carinegras que véis en la última fotografía (gracias a las penitencias de Javi Portillo).
Mis compañeros se acercaban  sigilosamente, como podéis apreciar, en busca de la mejor imagen de las aves, pero no contaban ellos con que su merodeo iba a acabar en decepción segundos después, cuando a una hermosa (e insensible) amazona, que por allí había, a lomos de su alazán ocurriósele, inoportuna, lanzarse al galope como llanera solitaria en el trayecto entre pajareros y barnaclas.
Los bichos asustados volaron en dirección a Montehano.
Los denuestos y reniegos de mis amigos se oyeron bastante más allá. Caballeros sin caballo, al fin.
     

Esto sí que es un rescate

No os voy a cansar con las vicisitudes que sucedieron en el rescate de esta rapaz el jueves pasado. Baste decir que Julio y Pablo la localizaron inmóvil y apagada en una finca cerrada tras una valla. Julio llamó al 112, que a su vez llamó a la Guardia Civil. La pareja se presentó al cabo de un rato, pero puso objeciones a traspasar personalmente una propiedad privada, aunque señaló que no tendría ningún inconveniente para servir de coartada si algún paisano se atrevía con la supuesta ilegalidad. Y ni cortos ni perezosos, como en Fuenteovejuna, los chavales trajeron la escalera. Julio la apoyó en el portón de la finca y se subió provisto de una manta prestada por la benemérita con la intención de atrapar al bicho. La Sol y la Ceci se fueron y volvieron con una caja de cartón en la que acomodar a la "prota" del evento. Julio me pasó el consumado por encima de la reja y yo lo deposité en el interior del paquete.
Mientras tanto un miembro de la pareja provisto de internet en su móvil afirmaba que el pájaro era un azor. Sol y yo dudábamos entre azor o gavilán. Y Tinín, que por allí se acercó, decía con gesto enterado que aquello era azor. Luego llegó Marcos, que iba a encargarse de llevarlo al centro de recuperación de aves, y al verlo afirmó con tono tan experto como el anterior que el azor era alcotán.
A mí alcotán no me parecía pues no tenía máscara como el halcón.
Así que tras muchos dimes y diretes le mandé hoy la foto a Javi, que al verla manifiesta que es gavilán.
Pues será.


sábado, 5 de enero de 2013

2013

                                             León, 2013.

Viajo la tarde del 31 desde Santander a León en autobús, con escala en Oviedo. Cerca de destino el conductor toma el micrófono y recita la consabida información de llegada: "Estamos entrando en León, les agradecemos haber elegido nuestra línea y les rogamos que no se levanten del asiento hasta que el autobús esté totalmente parado".
Y añade: "Dado el día que es hoy les deseamos un feliz año 2013".
Y sigue, ahora mascullando entre dientes: "Y a ver como viene... laboralmente hablando".