Recientemente he tenido la oportunidad de contemplar la biblioteca de Mario Camus, los libros que donó a las Escuelas Verdes de Santander. La visita fue breve pero intensa, como cuando alguien acude en silencio a una catedral o a una mezquita sintiéndose ajeno y, a la vez, como si esa biblioteca fuera un poco suya. Igual que esas películas de los días del pasado que se observan a la luz tenue del prado de las estrellas.
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