Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

sábado, 30 de marzo de 2024

Apache


Yo no soy ni un sabio ni un filósofo, ni siquiera un escritor de oficio. He escrito muy poco en mi vida y solamente lo he hecho, por decirlo así, a pelo, cuando una convicción apasionada me forzaba a vencer mi repugnancia instintiva contra toda exhibición de mi propio yo en público.
¿Quién soy yo, pues? ¿Y qué es lo que me impulsa ahora a publicar este trabajo? Yo soy un buscador apasionado de la verdad y un enemigo, no menos apasionado, de las ficciones desgraciadas con que el partido del orden, ese representante oficial privilegiado e interesado en todas las torpezas religiosas, metafísicas, políticas, jurídicas, económicas y sociales, presentes y pasadas, pretende servirse, todavía hoy, para dominar y esclavizar al mundo.
Yo soy un amante fanático de la libertad, a la que considero como el único medio, en el seno de la cual pueden desarrollarse y agrandarse la inteligencia, la dignidad y la felicidad de los hombres. La libertad que consiste en el pleno desarrollo de todas las potencias materiales, intelectuales y morales que se encuentran latentes en cada uno. Yo entiendo esta libertad como algo que, lejos de ser un límite para la libertad del otro, encuentra, por el contrario, en esa libertad del otro su confirmación y su extensión al infinito; la libertad limitada de cada uno por la libertad de todos, la libertad por la solidaridad, la libertad en la igualdad; la libertad que triunfa de la fuerza bruta y del principio de autoridad, que no fue nunca más que la expresión ideal de esta fuerza.
Yo soy partidario convencido de la igualdad económica y social porque sé que, fuera de esta igualdad, la libertad, la justicia, la dignidad humana, la moralidad y el bienestar de los individuos, así como la prosperidad de las naciones, no serán nunca nada más que mentiras.

Cerró Durruti el libro de Bakunin al mismo tiempo que sus párpados cansados y se durmió casi de inmediato, reconfirmado íntimamente en ese credo suyo, en esa convicción metalúrgica que hundía hondas raíces en su propia vida y en la de sus padres y en la de sus abuelos y en la de todos los miserables y engrillados y expoliados de la Tierra. Haciendo un necesario aparte teatral para este relato centrado en viejos acaeceres, nos vemos en la obligación de dejar constancia que hoy, según un informe sobre el bienio 2010-2012 difundido en Roma por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el 12,5 % de la población mundial, vale decir casi 870 millones de personas, sufren de hambre.
Durruti soñó esa noche, como muchas otras, con un caballo que corría desbocado y tirando de un carro en llamas.

Antonio Gil.
Apache.
Sangría Editora. Santiago de Chile. 

viernes, 29 de marzo de 2024

Combatir la borrasca

Los pasos nos llevan desde el final del verano en el hemisferio sur a los últimos coletazos del invierno en las montañas de León. Del pantalón corto pasamos al forro polar, a las horas muertas ante la lumbre observando tras la ventana las inagotables gotas de lluvia golpeando el cristal, a las nubes tan presentes borrando las cimas de los cerros... 
Combatimos la borrasca caminando con los pinceles a parajes lejanos en donde las bienhalladas hojas del baobab nos den resguardo y nos acompañen en tiempos de tedio y de silencio.


miércoles, 27 de marzo de 2024

Una isla dentro del horror


En Auschwitz-Birkenau, ante el espléndido paisaje que se vislumbraba alrededor del campo de concentración, comprendí hace tiempo que los monstruos muchas veces suelen necesitar de la belleza para desarrollarse, para alimentar la maldad. Su maldad.
Hace pocos días visité el centro de secuestro, tortura y exterminio de Villa Grimaldi en las afueras de Santiago de Chile, donde los militares de Pinochet, la DINA, tras despojar a sus dueños legítimos de la propiedad, instalaron el terrorífico Cuartel Terranova.
En la visita pude ratificar lo dicho anteriormente. La villa era un lugar hermoso en el que, antes de la dictadura cívico-militar que asoló Chile, se emplazó durante algún tiempo un restaurante de posibles con jardines, piscina y algunos árboles, como el ombú, de magnífico porte.
Cuentan, de hecho, que cuando ya el lugar estaba dedicado a su tenebrosa labor, algunos de los militares torturadores preferían pasar sus días libres allí junto a sus familias, disfrutando del baño al aire libre y las tertulias veraniegas. Poco importaba que a pocos metros en barracones estrechos como jaulas se desangrara lo mejor de la juventud chilena. Poco importaba que esa piscina sirviera en ocasiones para tormento mediante ahogamientos e hipotermias.
En la actualidad lo que queda de Villa Grimaldi es un lugar de memoria. En una pequeña instalación, muy cerca de lo que llamaban la Torre, se muestran objetos pertenecientes a algunos de los detenidos desaparecidos que por allí tuvieron la desgracia de pasar involuntariamente. Todos los objetos, cartas, anotaciones, carnets deportivos, cámaras, libros, camisetas de voleibol, fotografías propias, o con hijos, con padres, con amigos. Todos los objetos, digo, producen en quien los ve una punzada en el corazón. Son tan cotidianos que bien podrían pertenecer a uno mismo. Tanto que en el espacio dedicado a Carlos Ramón Rioseco Espinoza, nacido el 8 de febrero de 1948, desaparecido a los 26 años, natural de Concepción, militante del MIR, casado y con un hijo, antiguo estudiante de Odontología..., hay un libro de Stevenson que muy bien podría haber engrosado alguna vez la ya amplia colección de "islas del tesoro" que guardo en la biblioteca.
Todos eran importantes, todos lo son, pero he de reconocer que, al llegar a la vitrina que guardaba las posesiones de Carlos Rioseco, el aire se detuvo un instante más en mis pulmones.  

domingo, 24 de marzo de 2024

Continuamos el viaje

Volviste al Paine con nosotros 
pero las flores rojas no estaban.
Debe ser porque el verano austral no es apto para milagros 
o porque, tal vez, están para siempre a tu lado 
y con las primaveras que nos faltan. 
Seguían allí los guanacos y los caiquenes, 
fieles como amor de madre.
 Y también, esa visión esplendorosa
en la que danzan los paraísos y sus nubes guardianas.
Con ellas y contigo, un año más, continuamos el viaje.