Volviste al Paine con nosotros
pero las flores rojas no estaban.
Debe ser porque el verano austral no es apto para milagros
o porque, tal vez, están para siempre a tu lado
y con las primaveras que nos faltan.
Seguían allí los guanacos y los caiquenes,
fieles como amor de madre.
Y también, esa visión esplendorosa
en la que danzan los paraísos y sus nubes guardianas.
Con ellas y contigo, un año más, continuamos el viaje.
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