Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 27 de marzo de 2024

Una isla dentro del horror


En Auschwitz-Birkenau, ante el espléndido paisaje que se vislumbraba alrededor del campo de concentración, comprendí hace tiempo que los monstruos muchas veces suelen necesitar de la belleza para desarrollarse, para alimentar la maldad. Su maldad.
Hace pocos días visité el centro de secuestro, tortura y exterminio de Villa Grimaldi en las afueras de Santiago de Chile, donde los militares de Pinochet, la DINA, tras despojar a sus dueños legítimos de la propiedad, instalaron el terrorífico Cuartel Terranova.
En la visita pude ratificar lo dicho anteriormente. La villa era un lugar hermoso en el que, antes de la dictadura cívico-militar que asoló Chile, se emplazó durante algún tiempo un restaurante de posibles con jardines, piscina y algunos árboles, como el ombú, de magnífico porte.
Cuentan, de hecho, que cuando ya el lugar estaba dedicado a su tenebrosa labor, algunos de los militares torturadores preferían pasar sus días libres allí junto a sus familias, disfrutando del baño al aire libre y las tertulias veraniegas. Poco importaba que a pocos metros en barracones estrechos como jaulas se desangrara lo mejor de la juventud chilena. Poco importaba que esa piscina sirviera en ocasiones para tormento mediante ahogamientos e hipotermias.
En la actualidad lo que queda de Villa Grimaldi es un lugar de memoria. En una pequeña instalación, muy cerca de lo que llamaban la Torre, se muestran objetos pertenecientes a algunos de los detenidos desaparecidos que por allí tuvieron la desgracia de pasar involuntariamente. Todos los objetos, cartas, anotaciones, carnets deportivos, cámaras, libros, camisetas de voleibol, fotografías propias, o con hijos, con padres, con amigos. Todos los objetos, digo, producen en quien los ve una punzada en el corazón. Son tan cotidianos que bien podrían pertenecer a uno mismo. Tanto que en el espacio dedicado a Carlos Ramón Rioseco Espinoza, nacido el 8 de febrero de 1948, desaparecido a los 26 años, natural de Concepción, militante del MIR, casado y con un hijo, antiguo estudiante de Odontología..., hay un libro de Stevenson que muy bien podría haber engrosado alguna vez la ya amplia colección de "islas del tesoro" que guardo en la biblioteca.
Todos eran importantes, todos lo son, pero he de reconocer que, al llegar a la vitrina que guardaba las posesiones de Carlos Rioseco, el aire se detuvo un instante más en mis pulmones.  

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