Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

sábado, 4 de junio de 2022

Transición para Desmemoriados

Un poema de circunstancias y un romance que no es romance, deudor de algunos cantautores y de la buena gente de un país siempre en riesgo de letargo, preparado para la Asociación Desmemoriados en la presentación de su Anuario 2021 (03-06-2022) 



Éramos el toro en el ruedo de los picadores,
éramos la pulga en el país de los enanos,
éramos los versos que se bregan con las manos,
éramos los muertos en tierra de enterradores. 

Contábamos por décadas el tiempo de derrota,
la testuz contra el dique con dolor y con aguante,
llamábamos resistencia al silencio resultante.
Éramos, golpeando contra el muro, la pelota.
 
La vida era un libro triste y gris escrito en prosa
y los triunfos, poesía en peligro de extinción.
Ellos eran los mercaderes, nosotros  la canción,
la costra amarga, el verso libre y del jardín las rosas.

Ellos, los grilletes, la guadaña y la pistola,
la carne podre colgando del confesionario,
los turbios y vengativos guardianes del osario.
Un credo, una raza, una patria sombría y sola. 

Para ellos era la nación, para ellos la bandera,
para nosotros las sábanas de la madrugada,
el ronzal de los sometidos, la voz ahogada
de aquellos que aman como patria a la Tierra entera. 

Nos dolía la España que se levanta temprano,
penábamos con el país de Allende y Víctor Jara.
Sobre los adoquines de Lisboa, cara a cara,
fuimos claveles en los fusiles lusitanos. 

Fuimos los mineros de La Huelgona haciendo historia,
fuimos en la Calle Atocha un fúnebre atardecer,
fuimos nada más y nada menos lo que hay que hacer,
fuimos también el dolor por los muertos de Vitoria.
 
Y en las manifestaciones fuimos los estudiantes
que volaban inocentes como golondrinas
cuando disparaban al aire los policías.
Ruines son los que apuntan y ruines sus gobernantes. 

Decidme qué fue de los anhelos de Yolanda,
adónde la truncada palabra de Javier Verdejo.
El retorno de los tres de Almería quedó lejos
y no pueden volver atrás porque la muerte manda. 

Y tras palmar el dictador, adivina adivinanza,
adivinen ustedes la letra del contrato,
todo camisa vieja, no pasen un mal rato,
trocó en demócrata hasta donde la vista alcanza. 

Fieles procuradores del tercio familiar,
rancios jefes provinciales del movimiento,
falangistas de toda condición y sentimiento,
caballeros mutilados, tres obispos, un seglar
 
y de la OJE un doncel aspirante a “la madera”.
Todos se afiliaron a partido o coalición,
todos abrazaron la nueva fe y triunfó la sucesión.
Y hubo aquí monarquía cantando por peteneras. 

Que no lo digo yo, que nos lo entonaban en la oreja
los profes de formación del espíritu nacional,
que por esos avatares de la cosa material
cambiaron su fervor de la pechuga a la molleja.

Y llegaron del exilio, con la frente marchita,
aquellos que nunca pudieron olvidar su tierra
como quienes con ello una deuda de amor cierran,
como novios tardíos, pero fieles a la cita.    

Salieron de la cárcel más de mil y un obreros,
y abandonaron la oscuridad los clandestinos
y aunque no vio la luz el nombre de los asesinos
al menos brotaron los topos de los agujeros.
 
Parecía que se extendían los horizontes,
que las velas de un futuro nuevo desplegaban,
parecía aquello la “movida” que avanzaba
sin saber que no todo es orégano en el monte.
       
Y algunos se creyeron listos, guapos y modernos,
sostenían que era viejo el cantautor y su guitarra
y poco a poco iban subiéndose a la parra
mientras los demás bajaban raudos a otro infierno:

A la reconversión, al paro y a la pobreza,
a contar las “pelas” para llegar a fin de mes.
Y si a eso, compañeros, no le llamamos estrés,
que venga Europa o que venga Dios y lo vea.
 
Y para más disparate un día llegó un gil
con bigote, pistola y tricornio de opereta
que quiso darnos un “españazo” en toda la jeta.
Y decían que aquel engendro era un guardia civil.

Desde entonces, y en la pelea, aquí seguimos.
Más canas, más abuelos, más memoria a las espaldas,
con más riesgo de volver cada día a las andadas
y de seguir diciendo al viento lo que decimos.

Y decimos que no todo fue como destella
ni como lo contaba la Prego en la pantalla.
Y si en algo nos hemos pasado de la raya,
aquí, para ustedes, la crónica se firma y se sella.

Que ya termina la historia por el momento,
pero  no se crean que lo relatado es incierto:
Pues la Transición no fue un paso, que serán ciento,
aunque dejemos para más tarde el final de este cuento.

   

                                   Desmemoriados

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