Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

lunes, 4 de septiembre de 2017

La que no tiene nombre

Cuando ya de madrugada llegaron al pie del refugio, nadie en la entrada respondió a la contraseña. La repitieron, pero la voz se vaciaba en torno, en un eco solemne.
El mayor de los gemelos, el más grande y macizo, se ofreció a subir.
-Puede que esté dormido. O habrá bajado al pueblo.
-Es raro; por lo que dicen, se mueve poco.
-Al pueblo sí bajará, seguro.
-Pero no a estas horas.
Al fin se decidieron. A medida que rodeaban la peña, apartando las urces y los cardos, aparecía la boca oscura, desierta como siempre, sin rastro de huellas ni destellos opaco de latas o residuos. Nada contaba su presencia allí, ni siquiera el olor del humo, ni una rama quebrada en las matas de arándanos aún brillantes por las últimas lluvias.
A poco, tras rebasar el bosquecillo de madroños, repitieron de nuevo la señal, aquel grito partido, cortado, parecido al del mirlo, mas ni siquiera el eco les dio la bienvenida.
-Está bien -dijo a los demás- cubridme -dejándose deslizar entró en la cueva despacio esperando hallar al menos ese olor, mezcla de cuero viejo y ropa sin lavar que, por encima del tomillo, saltaba por lo común de las tinieblas.
Luego volvía a la luz, haciendo seña a los otros que a poco se le unían. Se abrían paso en la oscuridad, siempre atentos, luchando por acostumbrar los ojos a los rayos que en ocasiones rompían los muros.
-¿No andará al otro lado?
-¿Qué otro lado?
-En Asturias. Puede que le subieran el aviso.
-Tendrá miedo a los guardias.
-¿Cómo van a avisarle tan pronto? Son las tres.
-En menos de una hora lo saben abajo. Las mujeres ponen ropa a secar y él lo ve desde aquí con los prismáticos.
-¿Quién dice eso?
-Todo el mundo lo sabe. Eso y lo de la amiga. En cuanto ve la señal, escapa por un mes o una semana. Luego vuelve otra vez, cuando pasa la tormenta.
Las mantas revueltas, como abandonadas, venían a confirmar una ausencia repentina, una huida imprevista: el subfusil aún engrasado y las cajas de municiones intactas. Decidieron esperar la vuelta del huesped o la llegada de los guardias. Desde allí se dominaba el paso a Asturias, y el camino hacia el pueblo que arrancaba de la venta.


La que no tiene nombre.
Jesús Fernández Santos.
Ediciones Orbis S.A. 

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