Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

sábado, 2 de junio de 2012

Visiones de la incertidumbre

La vida tiene sobre la muerte la ventaja de que uno sabe más o menos de qué trata, y en cambio la muerte es una gran incertidumbre, y pocas cosas sientan tan mal a un ser humano como la incertidumbre, es lo peor que puede haber.

Jón Kalman Stefánsson.
Entre cielo y tierra.  


Tantas veces dijo, con quejumbroso tono teatral, aquello de “me voy, ésta es la última navidad que pasamos juntos”, que ya le escuchábamos como quien oye clarines y trompetas, el sonido a nuestra espalda de los pasos de un lobo irreal, del  que siempre presumimos que no llegaría jamás a nuestros lares. Sin embargo, acostumbrados como estamos a nuestras malas relaciones con la parca, ya no nos queda más remedio que, visto lo vivido, comprender que el lobo realmente vino a visitarnos. 
Hoy, cuando ya ha pasado un mes desde que se ausentó como quien se marcha a por tabaco, aún siguen resonando en nuestros oídos los compases de la vieja música de la Fundación, ésa que aunque suena al brillante rock de los sesenta y los setenta, se parece más bien a los lejanos cantos de piratas, que beben desconsideradamente Johnnie Walker, Etiqueta Negra por supuesto, mientras navegan hacia no se sabe qué refugio, con todo el viento del mundo en las velas desplegadas. 
Y supongo yo que ese soniquete se nos va a quedar para alegrarnos el día, al menos hasta que él se decida a darnos noticia de su paradero, lo cual puede fiárnoslo bastante largo, dada su intrépida y obstinada resolución.
Y es que en esta partida de ajedrez, el muy cabrón, ha hecho su último movimiento a tal velocidad que mucho nos tememos que nos ha dejado demasiado, demasiado tiempo para pensar en responder.

MCH


El dos de mayo me despierta una llamada telefónica. Es una secuencia lenta, en décimas de segundo: la pantalla del móvil adelanta un triste augurio y la voz del otro lado lo confirma. Es un simple, entrecortado y para mí imborrable: "ya sabes lo que te voy a decir, ¿no?..." Como un directo en la boca del estómago, cuelgas el teléfono y la tierra se hace viscosa bajo tus pies y las tripas se encogen y la rabia se hace tangible engordando el aire que has de masticar antes de pasarlo a los pulmones. Por horas infinitas te vuelves pura debilidad descompuesta. El mundo parado en una frase que, como una letanía, estúpidamente te martillea la cabeza: “ya sabes lo que te voy a decir…” Vuelvo a ella una y otra vez para mirarla de cerca, para entenderla en toda su dimensión, para poder creerla.  Fue dicha con tanto cuidado que apenas logro atisbar lo que entraña. Y sin embargo, coño, él no lo hubiera dicho de otra manera... suena como otras tan suyas: “alégrame el día” o “voy a hacerte una oferta que no vas a poder rechazar…”  Como ellas, parece dejarle una puerta abierta al que las recibe…
Aprieto los dientes para que el ataque de egoísmo que padezco pierda fuelle y deje de brotar de una vez ese agrio mar por traidores rendijas de mi cara. Y quiero recuperar mi ser con él, distinto de este que ahora se me desparrama y de repente le convoco y viene a mi oreja justo el tiempo de susurrarme, “nena, va a salirme musgo en mis pulcras botas”
Tiro con todas mis fuerzas de esa cuerda, me aferro y su sarcasmo empieza a aflorar en mi cotidiano. Si cojo la aspiradora: “vade retro, una hidra con dos cabezas”; si me despido en un e-mail, “póngame a los pies de su perro”; si salgo a tomar una cerveza: “nena, ¿paras mucho por este bar?”; y si me tomo un rato para decir adiós: “Sol se despide, tres sin tirar”; si abro un periódico: “¿qué dice la hoja parroquial?”; si escucho a los Chieftains: “¡de rodillas, perros!”; y si tengo una duda: “te apuesto una mariscada”… Si veo a Krahe en el banquillo, le imagino con la mano en alto y cigarro en ristre (mitad cigarro y mitad ceniza) soltando un “a dios pongo por testigo…” Y así hasta el infinito, convocando a la risa, mi encogido corazón recupera el apresto porque su fina ironía alcanzó a todas las cosas de este mundo y de cualquier otro que nos hayan querido fabricar. Es cierto que pesa enormemente esa agria sensación de que nos queda una conversación pendiente con él, máxime en estos tiempos que tanto brío darían a su pensamiento mordaz, pero le imagino diciendo: “con tantas facilidades, no me seduce el reto…”

Sol 

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