Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

domingo, 21 de mayo de 2017

José Luis Hidalgo

Ayer tuve la oportunidad de participar en un recital poético en Torrelavega, dentro de las jornadas que se realizan en el Aula Poetica José Luis Hidalgo. Un placer volver a recitar con Raquel Serdio y con Vicente Gutiérrez. Y mi agradecimiento a Rafael Fombellida y Carlos Alcorta, encargados del acto, por acordarse de mí para este evento.
Esta circunstancia me permitió volver sobre los versos de un poeta que desapareció demasiado joven, pero que sorprende vivamente por su hondura y su madurez. En estos casos no queda más remedio que pensar hasta dónde habría llegado en su quehacer poético sin su muerte tan prematura.

Añado mi pequeña intervención  de ayer  a este respecto.

"Hacía tiempo que no regresaba a la poesía de José Luis Hidalgo, enfrascado en otros poetas cotidianos, pero en estos días he vuelto, cosa que tengo que agradecer, y mucho, a esta cita de hoy. Y al detenerme en sus poemas, para seleccionar alguno de ellos como lectura en esta jornada, he vuelto también a su corta vida y a su temprana muerte.

Según leo fue maestro, fue pintor, soldado censor de muertos y poeta.

Y con todo ello, se diría que José Luis Hidalgo, sobre todo, fue en sí mismo una obra sin terminar o un hermoso boceto. O tal vez un poema inacabado, una suerte de versos que se deben añadir a ése, su último libro. Una desgraciada muerte entre los muertos que en su libro se suceden.

Si Cesar Vallejo auguraba en un poema que “un día (del que ya tengo el recuerdo) me moriré en París con aguacero”, José Luis Hidalgo, en una pavorosa carambola, iba más allá y se convertía en el último poema de su libro “Los muertos”. Con ello, y desde luego junto a la alta calidad de su verso, se encumbró en ese parnaso especial de los poetas que murieron demasiado pronto. A ellos la muerte les cercenó la obra que no nos pudieron legar y a nosotros nos abandonó en  la nostalgia".

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