Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 21 de marzo de 2018

Paseo con perro



No me pregunten cómo, pero él sabe.
Sabe cuáles son los indicios que me mueven.
Durante unos instantes, en su mirada
se dibuja una señal de alerta,
una dulce interrogación de silencio,
que tenuemente se va difuminando,
mientras cobra rastros con la pericia cazadora
de quien prestó la atención debida
a la ciencia de sus abuelos.
Si me pongo una chaqueta ladea la cabeza,
si tomo una mochila su nariz
se sitúa al nivel de las baldosas,
si me calzo unas u otras botas
la cola se transforma en un banderín de mensajes,
como si las costumbres fueran signos
que cerraran en su entendimiento
mis posibles y livianas decisiones.
Él sabe, pero confirma lo que intuye
cuando se acerca dignamente
y olisquea la tierra adherida
en las suelas de mis zapatos.
Si la tierra hiede a rutina y desamparo
o a triste patria de hombres grises,
él se aleja con la misma malherida gravedad
con la que yo me marcho a mis asuntos.
Pero, ay, si él husmea la hierba fresca,
el torrente de la nieve o una nube en el calzado,
o, quizá, los restos olvidados de la última galerna,
entonces él ya sabe que es la hora y lo celebra,
saltos y gemidos que son risas y promesas.
Y nos vamos raudos, porque él sabe
que al otro lado de la puerta y para nosotros
hay aventuras, mares de hielo,
bosques oscuros e infinitas estepas.


                                                          Mariano Calvo Haya

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