Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

martes, 15 de septiembre de 2020

The grass dancer


Han pasado al menos cien años y el hueso de ciruela de mi boca se ha convertido en un bosquecillo de árboles. Puedo oler el aroma de la fruta cuando madura y mi aliento agita las hojas.
Estoy ligada a los vivos, movidos siempre por sus inquietudes. Mi espíritu jamás abandona al pueblo dakota, aunque a veces lo único que puede hacer es observar. Estaba allí cuando el ejército confiscó nuestros caballos para aislarnos en la inmovilidad. Estuve tras los Bailarines Fantasmales y cuando desfallecieron a causa de un arrobamiento desesperado e inútil, soplé una brisa refrescante sobre sus rostros. Ha habido muchos soldados y muchas tumbas. Muchos niños montados en trenes y enviados al otro extremo del país. Muchas veces corrí tras sus pasos y me dirigí a sus rostros tristes y cobrizos. "Eres dakota -les decía-. Tú eres un dakota." En una ocasión me quedé de pie ante una rústica máquina de vapor e intenté detener su avance, pero pasó sobre mí. Vi marchitarse la lengua y a pesar de que extendí los brazos para atrapar las palabras, muchas de ellas se escabulleron y quedaron enterradas en el olvido. Ahora soy una habladora y parloteo en los oídos de mi gente hasta que me hastío de mi propia voz. "Soy la memoria", les digo mientras duermen.   

Susan Power.
Vísteme de hierba (The grass dancer).
Círculo de Lectores (por cortesía de Muchnik Editores S.A.)

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