Desde hace unos días, desde la ventana de casa, escucho de forma repetida el canto característico del Pito Real o Pito Ibérico, ese vecino. Siempre se sitúa en el mismo lugar, y desde ahí parece como si llamara nuestra atención. Todos los días dejo lo que esté haciendo y agarro la cámara. Intento llegar sigilosamente a un lugar en que pueda captar su imagen lo mejor posible. Y todos los días, en un juego que ya se repite demasiado, el bicho se aleja volando como alma que se lleva el diablo. Y juraría, sin temor a equivocarme, que se parte de risa mientras yo apuro como puedo mi antídoto contra la frustración.
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