Nos sentamos en un banco de la estación, yo entre los dos guardias.
Tengo un jersey rojo y unas alpargatas azules, que me tocaron hace un mes en el reparto de ropas del cura de la cárcel.
- ¿Por qué te agarraron, muchacho? - dice un guardia.
- Por robar.
- ¿Qué robaste?
- Algún jamón y algún chorizo.
- ¿Para vender o para comer?
- Para comer.
- Eso no debería ser delito. Todos hemos robado alguna vez para comer.
Le miro. No se está burlando de mí.
- ¿Usted también ha robado?
- ¿Cómo te crees que he llegado vivo a rellenar la solicitud para guardia? En mi pueblo a los honrados les entraba la pelagra.
- No des mal ejemplo al preso -dice el otro guardia.
- Mira, chico, tú lo que tienes que hacer es rezar a todos los santos para que venga el comunismo.
- Como te oiga el teniente...
- El comunismo está muerto -digo-. Franco lo mató. Se lo oí decir muchas veces al maestro y al cura de mi pueblo.
- No les creas. Los comunistas salen de donde menos lo esperas. Por ejemplo, de debajo de la capa de un guardia.
- Tú, mucho hablar...
El guardia comunista saca del bolsillo un envoltorio de papel, lo abre y aparece un cacho de pan y un chorizo. Corta con su navaja uno y otro por la mitad y me pasa las partes.
- Esto es el comunismo -dice.
Come y me hace señas para que yo coma también.
- ¿Esto es el comunismo? -digo.
- Voy a tener que denunciarte por propaganda ilegal -dice el otro.
- ¿Verdad que está muy buena la propaganda ilegal, chico?
Llega el tren correo de León y los guardias se levantan y yo hago lo mismo. Se come mal con las esposas. Miro al guardia comunista, no atreviéndome a decirle lo que quiero. Come a toda prisa para acabar antes de cruzar la estación. Por fin, me atrevo.
- Quíteme las esposas.
Se está ahogando con el último bocado. Traga, respira y me mira con ojos de loco.
- ¿Qué dices? Anda p'alante, que aún no ha llegado el comunismo.
Ramiro Pinilla.
Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera.
Tusquets Editores. Colección Andanzas.
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