Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 9 de septiembre de 2015

La zancadilla


Tengo que reconocer, en primer lugar, que un servidor tiene sus filias y su fobias, supongo que como cualquiera, en lo tocante a lugares, pueblos, países y gentes, fruto por lo general de experiencias vividas. También tengo que reconocer que en Siria fueron buenas y en Hungría, aunque no todas, las hubo malas. 

Las imágenes que acompañan están muy vistas y, pasados los primeros momentos, el impacto irá decayendo en la vorágine de escenas tristes y miserables con que parece que nos alimentan. Por tanto no voy a describirlas, porque a estas alturas quién más quién menos ya sabe de qué van.
Sin embargo, sí me apetece contar que esta mañana me tomaba un café en la barra de un bar y a mi lado un parroquiano le explicaba a su interlocutora el suceso, entre sorbo y sorbo de café y mordisco de cruasán, de este modo: "Y no veas la zancadilla que le metió. JODER, QUE RISA. Parece que ya la han despedido..."

Al "desayunante" solamente le faltó preguntarse en voz alta, ante la indiferencia de la chica que apenas le escuchaba, por el  motivo y la gravedad de la decisión de despido de esta periodista impresentable.
A mí me faltó preguntarle en dónde estaba la maldita gracia.

Lo dicho, uno tiene sus filias y sus fobias.


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