Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

martes, 9 de junio de 2020

Faros


Nunca estuvo más cerca Julio Verne de la realidad que cuando tituló como "El faro del fin del mundo" a una de sus últimas novelas. A la vista está cuando en la tierra que me vio nacer cruzan el límite de lo increíble.
El atrevimiento de algunos dirigentes de pacotilla, que se dicen amantes de Cantabria y que en realidad solo practican la religión del oportunismo, con poca cabeza, poca cultura y pocos escrúpulos, llega a extremos indefendibles. Y el problema es que no es la primera vez que hacen tabla rasa con la lógica, y dejan a muchos de sus administrados con la boca abierta, con tal de colocar a la región en la primera fila de las naderías. 
Da igual el partido político en el que militen (podrían intercambiarse). Su principal actividad es dar palos de ciego para ver si suena la flauta por casualidad. Y la flauta no suena ni con el teleférico de la Vega de Pas, ni con la peregrina Ciudad del Cine de las Canteras de Cuchía, ni cuando se apuntan en el bando de bribones asiáticos que vienen a salvar equipos de fútbol en horas bajas. 
Un faro es un faro. Tiene magia por sí solo. Lleva implícito el espíritu del "finis terrae". No necesita ser una catedral. Y tampoco necesita vivir en el mundo del espectáculo, ni en el de los arlequines, ni en el de los encefalogramas planos.

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