He tenido la oportunidad de conocer un bosque de laurisilva en mi visita a La Gomera. También he tenido la posibilidad y el placer de perderme -en modo figurado- en él. Y digo placer porque he sentido que me adentraba en algo parecido a una catedral de la naturaleza. Todos mis sentidos alerta: el silencio calmado que acentúa la niebla, los perpetuos colores, de los verdes a los pardos, el aroma de lo misterioso y de lo desconocido, el tacto de la madera y del musgo, el gusto por lo agreste y por lo indómito que nos lleva siempre e inevitablemente a la fascinación por las maravillas.
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