La UCI (Unión Ciclista Internacional) se descolgaba ayer, como si fuera una novia despechada, afirmando que era dudoso que España pudiera organizar grandes eventos, deportivos y supongo que no deportivos, a la vista de los acontecimientos que han apagado las luces del final de la Vuelta Ciclista.
Pero también hablaba con ferocidad de que el gobierno español
ha mezclado la política con el deporte, como si eso fuera un anatema.
Pero la UCI, como la mayoría de las grandes corporaciones
deportivas (por no decir todas) es un negocio. Un negocio que, sobre todo, y
por encima de los deportistas, esos peones, alimenta a una infinidad de
directivos. Esos mismos, que desde Comités Olímpicos, UEFAs, FIFAs, FIBAs, Fórmulas uno y demás no tienen
empacho alguno en mezclar lo que haya que mezclar, y cerner lo que haya que cerner por amasar lo que haya que amasar, con tal de obtener los altos
réditos necesarios y oportunos.
Por ejemplo, trasladar partidos de fútbol a Miami y
olimpiadas a países donde dictadores con chilaba controlan con mano férrea a
sus nacionales y untan con petrodólares a dirigentes sin escrúpulos. Debe ser
que hay sátrapas de primera división y también de tercera regional.
Y estos sepulcros blanqueados son los que se atreven a
hablar de Derechos Humanos mientras se pasean en coche con fascistas o con el
propio diablo si llevara consigo talonario.
Otro día, si quieren, hablamos de festivales de canciones
chorras.