Los barrios del mundo (Fragmento)
De Yannis Ritsos
Este verano enconado llegó, como si fuera el último.
Grava el saco del sol nuestros hombros heridos,
los frutos a través de las hojas muestran sus puños cerrados.
Y no sabes siquiera en qué mes estamos.
Nadie aró este año, nadie sembró.
Y no sabes siquiera qué tiempo hace.
El verano perdió su ruta entre los muertos
y las Épocas sentadas silenciosas en el bosque bombardeado.
Un camión abierto al camino matinal,
transporta a la ciudad cajones con balas.
Da la vuelta, se pierde en la polvorienta luz. No, no sabes...
Los barrios del mundo son tristes.
Están desnudos los barrios.
Las nubes sentadas en cuclillas sobre las casas
fumando las colillas del día.
La lechería en la esquina.
Se enciende la primera bombilla, un niño llora.
Su llanto colgado al atardecer
como un andrajoso cometa en los alambres del telégrafo.
Y las madres detrás de los cristales, piensan, piensan:
una mesa de madera sin pan,
la ropa sin lavar echada sobre la silla,
una redonda claraboya en la azotea estudiantil con su luz gris al atardecer
que es como un disco viejo de gramófono
con una canción que ya nadie canta.
Hermosa cancioncita -ya la hemos olvidado-.
Algo decía sobre el amor al aire libre
de una casita entre pinos,
un banco verde y el lucero de la tarde
alumbrando dos bocas besándose.
Hermosa cancioncita de verdad -ahora, ¿quién recuerda sus palabras?-.
Hemos escondido las banderas, hemos enterrado los libros en el huerto
igual que enterramos a un niño que apenas llegó a decir "mamá",
igual que enterramos una semilla ignorando cuándo saldrá el árbol.
Pero ¿quién recuerda ahora aquella canción?
¿Quién recuerda aquellos veranos pobladísimos de cigarras?
¿Aquellas calles de Atenas pobladísimas
de vivas, de sueños y de banderas?
Anochece temprano en los barrios.
Y son muy amargos los barrios.
El sol se pierde polvoriento detrás de los montes
como se pierde el ruido de una moto militar
en la lejanía de la avenida. No se oye nada.
Cerradas con llave las casas. Cerrados con llave los corazones.
Solo se oye el paso del policía
en los nocturnos barrios de Atenas.
Los barrios están tristes.
Los barrios han hundido sus barbillas en sus pechos
No hablan los barrios. La tarde pasea sobre los caminos de barro.
Solitaria como una luna vieja sin dar cuerda, en sus manos
como un ciego mendigo con su armónica. Toca una canción ciega.
No se abre ninguna ventana. El obrero que regresa a su casa
no se entretiene, atraviesa lentamente el umbral,
mira al suelo. Los niños le miran.
La mujer cose un calcetín. No le mira.
"Tampoco hoy", dice, como si tuviera alguna culpa.
"Tampoco hoy encontré trabajo", dice.
Y los niños no saben y están tristes
y el vasar de los platos está triste
como una pequeña escalera que no conduce a nada,
y los cacharros de barro están tristes,
como lunas que no tienen que alumbrar,
y el huevo de madera de coser dentro del calcetín
está como un puño apretado,
es como un puño escondido en un bolsillo vacío.
Los barrios no hablan,
los barrios se enfadan,
los barrios se esconden en las sombras
apretando sus puños. No hablan.
Las noches pasean silenciosas por los barrios,
arrastrando al callejón sus zapatos reventados,
de repente sus tacones golpean la piedra
como golpea la culata del fusil sobre la puerta.
Entonces se condensa el silencio. Las casas se aprietan una al lado de la otra
como se aprietan las manos de los presos
en el momento en que la gran llave gira en la puerta.
Despacio. No te muevas. Las estrellas,
con sus espuelas sobre los tejados. No te muevas.
Se pierden poco a poco como pasos
de una escuadrilla militar. Amanecerá.