Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

martes, 4 de enero de 2011

Soledades

Todos los días miraba por la ventana a la ventana de enfrente.
Allí, como ella, todos los días desde hacía años, cacharreaba en el fogón una vecina con la que apenas había cruzado cuatro palabras en toda su vida.
Y eso que hubo una época en la que los hijos de ambas fueron amigos.
Pero los hijos ya habían volado como ascuas aventadas por el tiempo.
También los maridos.
Para las dos mujeres apenas quedaba ya un recuerdo hecho de pasados y un desamparo de cinco pisos sin ascensor.
Y también ese desvelo mutuo lleno de gestos compartidos e imperceptibles que a veces protege de la soledad.

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