Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

lunes, 10 de enero de 2011

Temporada de estatuas

PRUEBA DE BALÍSTICA


Siendo un muchacho, un corredor de fondo
en las pistas del vacío,
entré a trabajar en el taller de un anarquista.

El viejo maestro estaba dispuesto a fundir toda clase de estatuas
para convertirlas en balas
que llenaran la mañana de un olor a café fresco, a pan con municiones.

Decía que la estatua de Pío XII
haría buen pertrecho para dispararle al Vaticano,
solo para echar a volar sotanas como negros pajarracos.

Contaba que cuando Rimbaud
supo que le iban a levantar una estatua,
dijo que aceptaría si una vez esculpida
le permitían hacer balas con su efigie de bronce
para asediar a los franceses.
En lengua franca, añadía el maestro,
el poeta nos legó su horror a la gloria
y más aún, su horror a la patria.

Me convenció
de la nobleza de apuntar al Pentágono
con la estatua de Lincoln convertida en cañón
o con proyectiles de la cabellera rizada de George Washington.

Se relamía
como el niño que juega a la Armada Imperial en su bañera:

“Borraremos los maniquíes de una estatuaria
hueca como el busto operático del Duce,
embaucadora como el caballo de Troya”.

“La estatua de Gutenberg habría que fundirla
en las imprentas clandestinas de la noche”.

“La de Stalin fue vaciada con una materia ideal
para fabricar y repartir llaves y ganzúas
entre los poetas irredentos que enjaulaba”.

-¿Y la de Bakunin, maestro?, le pregunté.
-Bakunin no tiene estatua: no se esculpen los vientos.



Juan Manuel Roca
“Temporada de Estatuas”
Colección Palabra de Honor.
Visor Poesía.
ISBN: 978-84-9895-055-7

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