Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

viernes, 23 de agosto de 2019

Trincheras del Cueto de Castiltejón



Ayer por fin subí al Cueto de Castiltejón. Cada vez que iba al puerto de San Isidro desde Puebla de Lillo, bien para visitar el Lago de Isoba, bien para acercarme al fortín de la Alboleya, lo veía allí, una solitaria peña entre montañas desplomándose hacia la gran pradería en la que a veces, muchas veces, pastan las vacas. 

Ayer, por fin, subí para visitar las trincheras en las que tropas republicanas en 1937 resistieron lo que pudieron el avance del enemigo.
Aún quedan huellas: las trincheras son inmensas cicatrices en la loma y el búnker doble asemeja ya, hoy lo sabemos, los ojos ciegos de la derrota. 

Mayo subió conmigo, el pobre ya está un poco viejo, y cuando llegó a la cumbre se tumbó en el pozo de tirador como quien ha cumplido con su destino.

En el camino vimos un raposo cruzando la carretera, perdices espantadizas y a un escribano montesino. Desde el vértice, a unos metros de nosotros, dos corzos corrieron como tales más allá de los parapetos. La mirada nostálgica de Mayo los siguió, a falta de más fuerzas, desde su atalaya hasta que se perdieron. 

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