Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Madrid (o cómo terminar conmigo)

Ley de Roma. Cartel en bronce. Museo Arqueológico Nacional. Madrid.

Regreso de Madrid con la consabida sensación de que después de la tempestad llega la calma. He dedicado aproximadamente dos horas a la Feria del Libro y he comprado dos libros. Es decir, he ido a libro por hora. Dedicar más tiempo me parece inútil. A mi juicio se trata de una kermesse heroica o más bien de una feria de las vanidades más heterogéneas. De todo menos saborear el placer de descubrir y conquistar con tranquilidad y fruición títulos que sorprendan.
Así que tras abandonar ese carnaval he paseado por el Retiro observando a los gorriones y las urracas, además de a un sorpresivo pito real (aquí los llaman relinchones) que voló, atrevido, sobre mi cabeza.
El resto del tiempo lo he dedicado a los amigos que se han dejado querer y a visitar el Museo del Prado y el Museo Arqueológico. Un placer difícil de describir.
En El Prado, al que no acudía desde hace muchos años, me he permitido una ruta por las salas dedicadas a Goya y a Velázquez (y algunas más) y sin querer me he emocionado ante la camisa blanca de los fusilamientos del 3 de mayo (supongo que habrá sido un deslumbramiento). Pero desde luego, desde hoy me declaro fan incondicional de Brueghel (el viejo) y de Joachim Patinir, dos pintores magníficos, flamencos ellos, del siglo XVI. Impresionantes, sin dudarlo. 
Y si disfruté en la pinacoteca, el paseo reposado por las salas del Arqueológico son ya de nota alta. Nadie debería perdérselo. Somos el resultado de la mezcla de aquellos antepasados tan diversos que vinieron de lejos, por mucho que les joda a algunos.      

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