Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Las chicas de campo


 "Me sorprendió que no me propusiera que nos acostásemos hasta al menos la sexta cena. No sabía si tomármelo a mal. La noche en que por fin sacó el tema iba borracho como una cuba, y mi helada choza no tenía nada de nidito de amor. Las rosas se habían marchitado, pero no las había tirado aún, y mi cama era tan pequeña que los pies se le salían del colchón. Me tumbé a su lado (sin deshacer la cama, sobre el edredón) con la ropa puesta. Naturalmente Frank me rompió la cremallera cuando estaba trasteando con ella, y yo me dije: 'Espero que me deje dinero para el arreglo, aunque da lo mismo: por mucho dinero que me dé, me haría falta un título para poder arreglarla, de lo complicado que es coser una cremallera'. Estaba segura de que la cama iba a desplomarse. En esa clase de situaciones uno siempre sabe cuándo la cama no va a resistir. Total, que al final consiguió bajarme la cremallera y cuando me quedé en camiseta interior (hacía un frío que pelaba) me pasó los dedos por la tripa, que empezaba a crecer por culpa de las comilonas, las salsas y demás. Me di cuenta de que yo debía hacer lo mismo, así que lo desvestí un poco hasta que llegué a la piel y ¡sorpresa! Tenía la piel suave, nada que ver con su cutis rugoso. Se animó con el manoseo, al principio con ansia, hasta que se quedó traspuesto. El manoseo y las cabezadas se repitieron varias veces hasta que al final me preguntó: '¿Cómo se hace?', y en ese momento comprendí por qué no había intentado nada hasta entonces. Ay, estos irlandeses: especialistas en batallas, asedios y masacres, pero desastrosos en la cama. De todos modos, me lo veía venir. Eso lo hizo cien veces más apetecible que a la mayoría de los depredadores con los que había salido anteriormente, que esperaban que yo les pagase el cine, me violaban en la última fila y luego se me metían en casa a zamparse mis latas de judías y, para colmo, exigían una sesión de sexo sorprendente y novedoso, sin importarles un bledo que me quedara embarazada, porque claro, a ellos les gustaba natural, sin impermeable. Le preparé a Frank una taza de café instantáneo y cuando se quedó dormido le eché una manta por encima y apagué la luz. Yo me quedé en la butaca, repasando el año y medio que llevaba en Londres, los hombres que había conocido en ese tiempo y el hartazgo que me producía tener que mantener los tacones y la cara impecables para cuando llegara el Don Perfecto que se suponía que tenía que llegar algún día".    

Trilogía Las chicas de campo.
Edna O'Brien.
De Bolsillo. 

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