Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 3 de marzo de 2010

Tombuctú

Tombuctú. La perla de África. La ciudad inalcanzable y maravillosa. El cofre de todos los tesoros, residencia de todos los dioses bárbaros. Corazón del mundo desconocido, fortaleza de los mil secretos, reino fantasma de todas las riquezas, meta extraviada de infinitos viajes, manantial de todas las aguas y sueño de cualquier cielo. Tombuctú. La ciudad que ningún hombre blanco había encontrado jamás. (...)
Langlais se quedó mirándolo fijamente, en silencio, durante un rato. Después hizo un gesto que no admitía réplicas. Levantaron a Adams de la silla y se lo llevaron fuera. Langlais lo vio alejarse –arrastrando los pies por el suelo de mármol- y tuvo la fastidiosa sensación de que también Tombuctú, en aquel momento, se estaba deslizando aún más lejos en las inciertas cartas geográficas del Reino. Le vino a la cabeza, sin explicación, una de las muchas leyendas que circulaban sobre aquella ciudad: que las mujeres, allí, tenían un solo ojo al descubierto, maravillosamente pintado con tierra coloreada. Se había preguntado siempre por qué razón mantendrían oculto el otro. Se levantó y se acercó ociosamente a la ventana. Estaba pensando en abrirla cuando una voz, en su cabeza, lo inmovilizó pronunciando una frase nítida y precisa:
- Porque ningún hombre podría sostener su mirada sin enloquecer.


Del libro “Océano Mar”
Alessandro Baricco

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