Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

viernes, 24 de agosto de 2012

Venganza

Y ahora aquella adorable criatura se le acercaba mientras Cochran sostenía uno de sus libros, unas obras completas de Lorca que le eran familiares, impresas en papel Biblia y encuadernadas en piel en Barcelona. Completamente confundido por la falta de atención que ella le había mostrado en los últimos tres meses, la situación excluía toda posibilidad de realizar una “maniobra” en territorio ajeno, de modo que, viéndola, le pareció que perdía toda su desenvoltura y dominio de sí mismo. Una simple mirada suya bastaba para azorarle, y el día anterior, nadando en la piscina, había tenido que tomarse una copa para reunir fuerzas con que mirarla mientras ella mordisqueaba un sandwich club, (…). Dándose cuenta de que, como amigo de Tibey, ella le consideraba otro imbécil de los negocios, había hecho todo lo posible para sacarla sutilmente de su error. La primera vez que pudo hablar a solas con ella fue cuando se acercó a la estantería. Ella dio la vuelta al libro que tenía Cochran en las manos, leyó el título al revés, sonrió y citó, de Lorca: “Quiero dormir el sueño de las manzanas, alejarme del tumulto de los cementerios…”. Cochran pensó que nunca había oído nada más bello, y mientras miraba al techo con el más genuino sonrojo de colegial, recitó a su vez, del mismo poeta: “Tu vientre es una lucha de raíces/ y tus labios un alba sin contorno./ Bajo las rosas tibias de la cama/ los muertos gimen esperando turno”.
Ella le miró un momento y a Cochran las sienes empezaron a latirle de una forma insensata. La joven se ruborizó y apartó la mirada, y Cochran, que deseaba decir alguna tontería que salvase la violencia de la situación, no encontró las palabras. La joven alzó la barbilla, como si mirara algún objeto distante, y Cochran pudo admirar su cuello y creyó percibir un aroma mixto de clavo y de naranja. Entonces, se le cayó el libro al suelo, y ella se alejó riendo. Cochran apuró de un trago su copa de brandy, que le quemó la garganta e hizo asomar lágrimas a sus ojos.

Jim Harrison.
Leyendas de pasión.
Del relato titulado "Venganza"
RBA Narrativas

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