En el año 2009
desde el puente de acceso a la Ciudadela de Alepo,
más allá del océano de casas
coronadas por antenas como palos de mesana,
se veía el mundo.
Y por el mundo,
como si fueran hormigas,
iban y venían tañedores de oud
y poetas,
mercaderes de la seda
en ruta hacia Europa o hacia
China,
inmensas caravanas de camellos
cargados de cardamomo, pistachos y pimienta.
Incluso, si el observador se
fijaba bien,
se podía advertir la sombra de
una dama londinense
saliendo por la puerta del Baron
Hotel
mientras cavilaba desenlaces para
los misterios del Orient Express.
Desde el puente de acceso a la Ciudadela
podían verse a los comerciantes
del zoco
contabilizando mercancías
o a los fieles en el patio de la
mezquita.
También desde los balcones del Hotel
Yarmouk
se contemplaba un mundo de
tejados y alminares.
Y en las calles, una barahúnda de
chamarileros,
zapateros, tejedores de
alfombras,
vendedores de jabón, chapistas,
carpinteros, limpiabotas.
Transeúntes que en algún momento
se detenían
en medio del mundo
para tomar té
mientras observaban ociosos,
con la serenidad de los
inocentes,
cómo el mundo se movía.
MCH
Qué triste destino para la ciudad más antigua.
ResponderEliminarUn dolor que añadir al dolor.
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