Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

lunes, 17 de octubre de 2016

Alepo




En el año 2009
desde el puente de acceso a la Ciudadela de Alepo,
más allá del océano de casas coronadas por antenas como palos de mesana,
se veía el mundo.
Y por el mundo,
como si fueran hormigas,
iban y venían tañedores de oud
y poetas,
mercaderes de la seda
en ruta hacia Europa o hacia China,
inmensas caravanas de camellos cargados de cardamomo, pistachos y pimienta.
Incluso, si el observador se fijaba bien,
se podía advertir la sombra de una dama londinense
saliendo por la puerta del Baron Hotel
mientras cavilaba desenlaces para los misterios del Orient Express.
Desde el puente de acceso a la Ciudadela
podían verse a los comerciantes del zoco
contabilizando mercancías
o a los fieles en el patio de la mezquita.
También desde los balcones del Hotel Yarmouk
se contemplaba un mundo de tejados y alminares.
Y en las calles, una barahúnda de chamarileros,
zapateros, tejedores de alfombras,
vendedores de jabón, chapistas, carpinteros, limpiabotas.
Transeúntes que en algún momento se detenían
en medio del mundo
para tomar té
mientras observaban ociosos,
con la serenidad de los inocentes,
cómo el mundo se movía.

                                                          MCH 

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