Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

sábado, 25 de mayo de 2019

La cola del Everest

                                                                                                    El País- AFP

Cuando yo leía libros sobre expediciones al Himalaya me imaginaba hombres que subían montañas con la decisión de los héroes y una mirada especial (o tal vez era el alma) entre romántica y aventurera.
Cuando yo leía libros sobre expediciones al Himalaya se me grabó en la memoria como una marca indeleble que lo importante no era la cumbre sino volver a la base. Regresar.
Y entonces imaginaba que Peña Vieja era el Nanga Parbat y el Cuernón de Peña Sagra el hermano doméstico del Sisha Pangma. Mi Everest y mi K2 estaban un poco más lejos.
Las montañas, subir a las montañas, eran algo así como la liberación de la rutina, soñar con los horizontes, disfrutar de la soledad y del silencio en compañía y sobre todo crecer, hacerte un poco más sabio.
Hace mucho tiempo que no leo libros sobre expediciones al Himalaya, aunque sigo mirando a las montañas con enorme cariño y profundo respeto. 
No tiene culpa el Everest, Chomolungma (madre del universo) en tibetano o Sagarmāthā (la frente del cielo) en nepalí, de que hoy cuando pienso en esa hermosa montaña blanca me acuerde solamente de las colas del supermercado.

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