No sé, realmente, si el tiempo camina hacia atrás y si, en ese caso, es la memoria, frágil e insumisa a la vez, la que lo impulsa.
Lo que sí sé es que Vila (en la
escuela nos nombrábamos por los apellidos) ha expuesto (hermosa palabra de
resonancias fotográficas) nuestro pasado en un perfecto caleidoscopio dentro de la muestra que en estos días se puede
disfrutar en la Sala Robayera de Miengo. Y yo me alegro profundamente. No solo
porque él, de alguna manera, me inició en las artes mágicas de la fotografía
cuando éramos unos bachilleres, sino porque, aunque se califique modestamente
como fotógrafo aficionado, él es mucho más que eso. Y además, es en la afición,
desde mi punto de vista, donde reside el encanto de cualquier actividad.
Pues eso. Que el compañero Javier Vila consigue con sus
imágenes familiares el prodigio que el título de su exposición anticipa. Que “el
tiempo corra siempre hacia atrás”. Y con ello que algunos de nosotros nos reconozcamos
tal como éramos entonces.
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