Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

viernes, 9 de julio de 2021

El espíritu de las vacas


Vaca con chapa se envanece y tiene vida legal. Las chapas facilitan la existencia. Muerden las orejas y se desea que no hieran, que no resequen la piel. Las orejas se menean con las moscas y las mandíbulas mastican las hierbas con parsimonia. El moco cuelga porque tiene que colgar. Las vacas, mientras pueden rumiar, son felices. Cuando presienten el fin, les brota el impulso de soltar el alma, que hay quien dice que no tienen, y ya antes de que vibre el último mu-uuuuuuuu en el cosmos, el cuerpo se autoriza la caída y el espíritu, el vuelo. No saben despedirse como a nosotros nos gustaría. Se nos asemejan. Desorbitan los ojos hacia delante y hacia atrás y en ellos vemos esferas de angustia. Logran hacerle el retrato al criador, que se queda mirándolas con una pena disimulada, compensada en cheque, efectivo o transferencia bancaria, y se lo guardan en una memoria que nadie alcanza a conocer. Antaño tenían nombre, ahora son un número en la chapa, y por más que pataleen, no dejarán de entrar en la nave de la muerte. La intuición que tienen subsistirá. A las que ahora parten con los cuernos engarabatados contra los tablones de la caja abierta de la camioneta les gustaría, quizá, ser otra cosa o conservar al menos el contraste de la piel castaña y lustrosa sobre el verde de los prados. Una descarga eléctrica acabará con ellas, pero, previamente, un fogonazo en la conciencia hará que el paisaje se termine aun antes de haberse terminado. Hasta en eso son bondadosas y los matarifes no piensan en lo que hay en ellas que no se ve. Ni sable ni degüello, y cuando empiezan a ser, en vez de un cuerpo, una pieza le echa la lengua al mundo, aparecen los ganchos fuera de  la boca, lobulados, y cabeza abajo ofrecen la piel y todo lo demás. Pasan a la hilera de los canales y un sello del color de la baya del saúco da fe de que han vivido.

El Espíritu de las vacas (capítulo primero).
Abel Neves.
De Conatus.

   

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