Para Valentín, para Pilar, para Pepe y para todos los demás.
Si de algo estoy seguro es que
somos nada más
la memoria que nos va
quedando.
Somos, por ejemplo, los supervivientes
de un tiempo más áspero pero a
la vez más llano,
un tiempo de claroscuros en el
que abundaban
en demasía los tonos grises.
Un tiempo en el que por esa
misma razón
se celebraba como una victoria
de la alegría
cualquier atisbo de color.
Somos la memoria que nos va
quedando
de las tardes de café con los
obreros del Cuarto Estado
y de las conversaciones
tranquilas y templadas
bajo los claveles de la Lisboa
del 74,
de las mañanas compartidas, domingo
tras domingo,
de palas y hormigoneras construyendo
dignidad,
de los cuadernos escolares
en los que íbamos escribiendo
la pequeña historia común
que sin saberlo nos hacía
grandes.
Si de algo estoy seguro es que
somos nada más
la memoria que nos va
quedando,
el murmullo cada vez más
lejano de sus palabras,
el reflejo indeleble de sus
acciones,
la mirada decidida de su
decencia.
Y porque ellos fueron antes,
nosotros somos lo que somos
y la memoria que
nos va quedando.
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