Aún no es posible saber si a este bar acudiría Odiseo en su camino hacia Ítaca huyendo de los lestrigones, o si sería del agrado del señor Bloom o de cualquiera de sus compañeros de farras.
No está en Dublín, no está en el Egeo, pero a pocos pasos hay un mar interior fabricado por los hombres, que recorremos pausadamente en busca de algunos seres que vuelan y que, a veces, merecerían ser calificados de mitológicos. Aunque sea por la escasez.
Mientras tanto, reposemos, amigo Sancho, que es cosa seria preservarse de lo inexorable y también de desfallecimientos y de hastíos.
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