Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

sábado, 7 de enero de 2023

Cold Mountain


Ada nunca había imaginado que el simple hecho de ganarse la vida fuese tan extenuante. Después del desayuno trabajaban sin descanso. Los días que no tenían una gran tarea pendiente, realizaban muchas pequeñas, trajinando aquí y allá según conviniese. Cuando Monroe vivía, bastaba para cubrir las necesidades vitales con recurrir a unas cuentas bancarias, abstractas y distantes. Ahora, con Ruby, todos los aspectos y procesos reales relacionados con la alimentación, el vestido y el cobijo eran desagradablemente concretos, estaban al alcance de la mano de manera inmediata y directa, y todos sin excepción requerían esfuerzo.
Antes, claro está, Ada apenas participaba en el huerto, que alguien cultivaba por ellos a cambio del sueldo que Monroe le pagaba, y su mente, en consecuencia, asimilaba solo el producto -la comida en la mesa-, y no el trabajo necesario para hacerlo llegar hasta allí. Ruby ponía de manifiesto lo ilusorio de esa práctica. El lado ordinario del hecho de comer, de vivir; hacia eso parecía orientarla Ruby todos los días de aquel primer mes. Obligaba a Ada a mirar de cerca la tierra para comprender su función. Obligaba a trabajar  a Ada aunque no quisiese; la obligaba a ponerse ropas ásperas y escarbar la tierra con las uñas, hasta que a ella misma se le antojaban tan toscas como las garras de una fiera; la obligaba a encaramarse al tejado del saladero y cubrirlo de tejas, aunque el triángulo verde de Monte Frío pareciese girar en el horizonte. Ruby consideró que había ganado su primera batalla cuando Ada consiguió batir leche hasta cuajarla y obtener mantequilla. Su segunda victoria se produjo cuando advirtió que Ada salía a labrar los campos sin meterse antes un libro en el bolsillo.

Monte Frío.
Charles Frazier.
Lumen.

 

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